Hay días que no son días. Y entonces ocurre lo inusitado, te muerde la curiosidad y aguzas el oído para escuchar una bronca entre vecinos, ese padre joven que amenaza a su ex con llamar a la policía bajo la asustada mirada de su hija de cinco años. Ya luego viene el café y un segundo despertar a la prisa de lo que no es urgente, ni mucho menos agobiante, qué te digo yo, una moción de censura en el ayuntamiento, los últimos rebrotes del dichoso corona, así lo llama mi madre; Felipe y Letizia, no sé quién va primero, de visita en una finca de plataneras, sin duda un buen lugar para refugiarse del sol y de otras cosas que abrasan. Las noticias nunca pierden comba, te persiguen, da igual que corras a esconderte con tu móvil, a intercambiar wasaps que olvidarás enseguida; y en ese aburrido entretenimiento avanza otra jornada más en tu pedacito de mundo. Verano extraño que trata de parecerse a sí mismo, loca ansiedad por disfrutar de una prórroga vital, porque menos mal que de salud bien, pero vete a diseñar un futuro sobre esta ruina de incertidumbres. La palabra reinventar, por ejemplo. Acaba de salir un vídeo de Greenpeace en el que algunos actores, actrices y cantantes con bastante y muchísimo dinero hablan de consumo responsable, del cambio climático, de que nuestros hijos sufrirán temperaturas saharianas. Me pregunto si los saharianos experimentan estas dulces preocupaciones en su pedacito de mundo, qué cara pondrían cuando les explicase lo de la moción de censura, y cómo describirles la lubricidad que destilan plátanos y monarcas en esas calientes bienvenidas. Con el dichoso corona no tendrán problema, allá en África, los colores de la muerte pintan el paisaje habitual desde siempre. Te digo que hay días que no son días.

Rafael.dorta@zentropic.es