Entregados como estamos a tratar de resolver todo esto que nos pasa, la peste del nuevo virus quiero decir, o de que nos lo resuelvan bien y de una vez, pero aún sin un claro horizonte de cierta normalidad a corto plazo, parece que casi olvidamos lo que sucede en el resto del mundo. Pero ese mundo sigue andando y en él aún ocurren cosas que de algún modo nos afectan.

Me refiero a la situación en el continente americano, sobre todo el centro y el sur, siempre tan convulsos pero tan nuestros, tan interesantes y hoy de tanta actualidad. También, por la pandemia, pero aún más en aquellos países sudamericanos de algún modo relacionados con nuestras propias dificultades.

Es el caso de la situación venezolana, enquistada y no resuelta, con un gravísimo problema no sólo económico sino también de convivencia política que ya ha producido víctimas inocentes y con un lamentable éxodo humano para huir de la miseria y la opresión. Tiempo surrealista que ya dura demasiado, con el que una parte de nuestro propio gobierno mantiene intereses y a la vez una cierta relación con un gobierno islamista del oriente misterioso.

Mientras López Obrador, el antiespañol presidente de México -¡que a estas alturas protesta hasta del Descubrimiento de América!- se ofrece nada menos que para surtir de combustible a los venezolanos. Parece un contrasentido porque debajo de esa Venezuela hay todo un mar de petróleo.

En realidad existen hoy dos "Venezuelas", tan enlazadas como enfrentadas y sin visos de solución desde hace tiempo. Curiosos espacios presuntamente constitucionales de uso alternativo y a veces hasta simultáneo. Pobreza sobrevenida precisamente en un país rico de espléndida naturaleza y a la vez lamentablemente crispado y empobrecido por una dictadura errática e idolátrica de un pretérito supuestamente liberador.

Maduro mantiene el tesoro y el Ejército, que es mucho decir. El joven Juan Guaidó, de quien sabemos tan poco, ha sido hasta ahora reconocido por unos cuantos países y se supone que defiende la libertad y la democracia. Guaidó viene siendo una figura creativa y en cierto modo errante que no parece esté en los manuales del Derecho Constitucional.

Lo digo porque en no mucho tiempo ha pasado de aspirante a ser pretendiente, luego presidente provisional, después interino, más tarde encargado y por último en funciones. No se le puede negar valentía. Su última audacia ha sido el llamamiento a la fuerza armada para "que se ponga al lado del pueblo".

Situación, pues, surrealista en la que las corporaciones enfrentadas, supuestamente constituyentes, se reúnen en distintas salas del mismo palacio. Sólo falta saber de qué lado está el pueblo. Haría falta un milagro.