Leo en la autobiografía del gran Stefan Zweig: "En esta conmovedora confianza en poder empalizar la vida hasta la última brecha contra cualquier irrupción del destino se escondía una gran y peligrosa arrogancia. Aquel siglo, con su idealismo liberal, estaba convencido de ir por el camino recto e infalible hacia el mejor de los mundos. Se miraba con desprecio a las épocas anteriores, con sus guerras, hambrunas y revueltas, como a un tiempo en que la humanidad aún era menor de edad y no lo bastante ilustrada. Superar definitivamente los últimos restos de maldad y violencia sólo era cuestión de unas décadas, y esa fe en el 'progreso' ininterrumpido e imparable tenía entonces la fuerza de una verdadera religión; la gente había llegado a creer más en dicho 'progreso' que en la Biblia, y su evangelio parecía irrefutablemente probado por los nuevos milagros que diariamente ofrecían la ciencia y la técnica". Todo "progresaba" adecuadamente. Antes de la peste nazi, se pensaba así. Antes de la peste covid-19, también. Seguimos para bingo.

Uno de mis nietos entiende que entre "principiantes" y "sobresalientes" debe existir un grado intermedio. Al no encontrarlo en el léxico, lo crea. Mientras se distrae y desescala con un videojuego nuevamente normalizado -qué tenebrosos horrores lingüísticos nos aguardan-, le pregunto qué tal es: "Un juego para mediantes", sentencia. Ole.

Durante el enclaustramiento o confinamiento o aquello que hubo y que algunos cumplimos, el consumo de alcohol subió un 40% en España. A ver ahora cómo se desescala en la nueva normalidad (insisto: así hay que hablar ahora) tanta afición al pimple y sople, sobrevenida o asentada. Recuerden aquel diálogo de dos personajes en una novela de Raymond Chandler: -Quizá deje de beber uno de estos días. Todos lo dicen, ¿no es verdad? -Se necesitan unos tres años. -¿Tres años? -pareció horrorizado. -Por lo general es lo que hace falta. Hay que acostumbrarse a unos colores más pálidos, a unos sonidos más reposados. Hay que contar con las recaídas. Toda la gente a la que uno conocía bien se vuelve un poquito extraña. Ni siquiera encontrará agradable a la mayoría, y tampoco usted les parecerá demasiado bien a ellos".

Ahora que estamos desescalando en un mundo nuevamente normalizado, todo lleno de carteles que avisan, prohíben, recomiendan, indican, normativizan€ cuánto ansío uno que exija: "Las personas que discutan por el móvil en los transportes públicos activen, por favor, el altavoz: nos hace falta escuchar las dos versiones de la historia para formarnos una opinión". Gracias.

Me vienen a la memoria desescalada unas citas argentinas tan oportunas como malévolas para esta nueva normalidad. Cuando nos encontremos con gente a la que no veíamos desde meses atrás, hay que animarla siempre, por mal que nos caiga. Si sospechamos que se ha ayudado de afeites, bótox y cirujanos plásticos para salir pintón o estirado del encierro, no hay que soltarlo jamás. Error, pues, preguntar: "¿Quién te embalsama que te conservas tan bien?" Además, se expone uno a que le paguen con la misma moneda y lo miren espantados y compasivos y lo depriman al decirle: "¡Dios santo, cómo estaré yo, si tú estás así!"