Friederich Trumpf, abuelo del presidente de los Estados Unidos, llegó a Nueva York con 16 años, procedente de Baviera. Como otros inmigrantes de la época, fue confinado en el Castle Garden de Manhatan, un edificio de piedra que funcionaba como el primer centro de recepción de inmigrantes del país. Hacía 9 años que, en 1876, el 7º regimiento de caballería había sido derrotado en Little Big Horn por un poderoso ejército cobrizo bajo el mando de Caballo Loco y Toro Sentado, dos respetados jefes sioux. Caballo Loco fue encerrado en Fort Robinson, donde murió a bayonetazos un año después. Toro Sentado, reconocido como líder espiritual de los lakotas, recorrió diversas reservas hasta recalar en la de Standing Rock, en Dakota del Sur. Allí murió, en diciembre de 1890, acribillado por policías reclutados en su propia tribu. Un par de semanas después, tras cerca de tres siglos de enfrentamientos entre los nativos y las diferentes potencias colonizadoras europeas, terminaban las guerras indias con la masacre de Wounded Knee, donde los soldados norteamericanos asesinaron a cerca de 300 lakotas bajo el mando del jefe Pie Grande, de los que casi dos tercios eran mujeres y niños, tras haber iniciado los indios un ritual místico conocido como the Ghost Dance. Es probable que el joven Friederich tuviera la oportunidad de leer en los periódicos el relato de las últimas escaramuzas de las guerras indias, aunque desconocemos cuál sería su mirada hacia aquellos indígenas de piel oscura, cuya imagen contemplaría en algún daguerrotipo de la época. Sin embargo, no parece haber duda alguna de cuál es la de su nieto. También él ha tenido la oportunidad de conocer la historia reciente de los conflictos raciales en su país, ahora centrados en la población afroamericana, especialmente desde el 'verano rojo' de 1919, cuando en más de 30 ciudades norteamericanas se produjeron graves enfrentamientos entre blancos y negros, tras el regreso de los segundos de la primera guerra mundial y rivalizar por puestos de trabajo con los primeros. Desde su posición de constructor metido en política, Trump ha vivido de cerca las últimas muestras del odio racial que impregna a buena parte de los policías wasp. Unos años antes de su toma de posesión como presidente, dos jóvenes negros -Eric Garner y Freddie Gray- morían como consecuencia de la violencia policial; el primero asesinado por estrangulamiento en Nueva York, en julio de 2014; el segundo, en Baltimore, en abril del año siguiente, tras entrar en coma mientras era conducido en una furgoneta policial. En esta ocasión ha sido en Minneapolis, donde George Floyd ha muerto bajo la rodilla de un policía blanco ante los ojos del mundo, utilizando ese método tan eficiente que aprenden los agentes de élite en los talleres de verano en las cercanías de Gaza. Escondido en el bunker durante la noche, Trump amenaza con su libro sagrado en una mano, la bandera en la otra y el 7º de Caballería detrás, jaleado por la extrema derecha española como muestra moderna del pensamiento fascista.