Merkel y Macron presentaron conjunta y virtualmente ayer una propuesta única de reconstrucción europea, con ayudas a los estados por medio billón de euros. Las ayudas se destinarían a los países más castigados por la pandemia -Francia es uno de ellos- para lograr que Europa salga de la crisis reforzada, manteniendo el más importante de los valores comunitarios de la UE, que es la solidaridad entre ciudadanos y territorios. La iniciativa se articula en cuatro políticas básicas: una estrategia sanitaria común a todos los europeos, un fondo para la reconstrucción que contribuya al crecimiento económico garantizando un reparto solidario de los recursos disponibles, la aceleración de la transición digital y ecológica -la apuesta por una economía verde-, y el refuerzo de la soberanía industrial europea, para que no vuelvan a producirse nunca más situaciones de desabastecimiento como el ocurrido con productos sanitarios imprescindibles, que hubo que comprar desde cierta histeria competitiva en el mercado asiático.

La propuesta de Merkel y Macron a los 27 es una demostración de capacidad de decisión y liderazgo político de los mandatarios de dos de las cuatro grandes economías continentales, que asumen sin complejos ni exabruptos el papel de árbitros en la mediación del conflicto cultural y de intereses que enfrenta hoy a los Países Bajos con los países del Sur. La propuesta queda bastante lejos de las primeras pistas sobre el 'plan Marshall' europeo, que nos hablaban de un plan de billón y medio de euros. Pero la iniciativa de ponerlo en marcha se ha acelerado, en lo que quizá sea solo una primera fase. Entre este plan y los fondos del Mecanismo Europeo de Estabilidad -otro medio billón- Europa dispone ya del equivalente a un billón de euros para las consecuencias de la crisis sanitaria.

España no ha aportado nada sustancial a ninguna de las propuestas para la reconstrucción europea: ni una filosofía de actuación, ni un plan articulado, ni un proyecto de políticas, ni mucho menos recursos. Básicamente, lo que ha hecho es posicionarse con Italia en el rechazo a la grosería holandesa y dejar perfectamente claro -para el público local, claro- que España no pedirá rescate. Mientras, desde el inicio de la crisis el 15 de marzo, España ha gastado en salarios públicos, pensiones, desempleo, ERTE, ayudas a los autónomos y obligaciones propagandísticas, algo menos de 50.000 millones de euros, adquiridos una parte de ellos con financiación en los mercados, pagando intereses aún bajos gracias a la generosa compra de deuda patria por el Banco Central Europeo, pero anda aún deshojando la margarita de cuanto se pedirá al SURE, el fondo de la Unión contra el paro, dotado con cien mil millones, y al que el Gobierno Sánchez quiere endosar el coste de los Ertes, aunque es obviamente imposible que el SURE pueda sufragar la cuantía total de las regulaciones temporales de empleo.

Frente al ejemplo de Merkel y Macron, Sánchez se limita a aparecer todos los sábados, en interminables retrasmisiones televisivas, ante una nación agotada y huérfana de liderazgo, responsabilizando a quien toque de todos los errores y horrores de estos meses: saca pecho para demostrarnos que la derecha es la responsable del odio, las mentiras y las muertes, y presumir de que el mando único es él. Es cierto: es él, y algún día -cuando por fin se acabe el estado de alarma- tocara rendir cuentas. También de porque ha elegido el presidente apartarse de las decisiones importantes y jugar sólo en las ligas menores.