Como un barco que sale a la mar sin cartas de navegación y sin informe meteorológico: así se ha encontrado nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) ante la pandemia por covid-19. Quienes tenían que haber facilitado las cartas de navegación no hicieron sus deberes; por otro lado, la tormenta que se avecinaba actuaba de forma absolutamente desconocida. En estas condiciones, solamente una tripulación experimentada podría sortear la tormenta y llegar a aguas calmas.

Es posible que estemos llegando a aguas tranquilas, aunque sea sólo por unos meses. Pero eso no debe llevarnos a relajar las medidas de control. La posibilidad de que llegue una nueva tormenta no puede volver a sorprendernos.

Que el SNS no tenga actualizadas las cartas de navegación no es de ahora. Hace tiempo que debió prepararse para una situación así. A pesar de ello, ha demostrado capacidad de navegar sin hoja de ruta, decidiendo sobre la marcha -tanto la alta dirección como los grumetes que a pie de cama se han batido contra las olas del covid-19- y procurando perder el menor número posible del pasaje. Pese a eso, con una carta de navegación actualizada, habríamos perdido menos vidas.

Tampoco había informe meteorológico. La tormenta tiene características completamente nuevas y ha habido que aprender cada día un poco más. También aquí la tripulación ha sabido manejar las máquinas y el timón, aplicando tratamientos que han ido reduciendo las necesidades de traslados a la UCI a los pacientes más graves, en el momento que se pudo interpretar el mecanismo de acción del virus.

Con unas cifras que, miradas asépticamente, asustan -en cuanto a fallecidos y afectados-, sería fácil hacer un análisis que arrasase con todo. Sin embargo, también sería canalla e irresponsable, y nos impediría lo más importante: el análisis sosegado y científico, para aprender y corregir las deficiencias del Sistema, que no los errores, que no se habrían producido si hubiésemos dispuesto de ese informe y de esa hoja de ruta a los que reiteradamente me refiero.

Es más, deberíamos felicitarnos por la enorme destreza de la tripulación, de los profesionales, para ir sorteando todas las dificultades, improvisando tratamientos, instalaciones y equipos de protección. He visto profesionales diseñar y confeccionar uniformes con bolsas de basura; otros han diseñado caretas protectoras, han atendido pacientes como han podido, han tomado decisiones sin saber lo que iba a suceder después... He visto el miedo de los profesionales a llevarse el virus a su casa. Aun así, no han dejado de atender y cuidar a cada uno de los pacientes.

La intrahistoria de esta pandemia está llena de emociones, de esfuerzos colectivos para tratar de enfrentarse a una enfermedad desconocida y, en muchos casos, grave. Pero sería mejor que no volviésemos a resolver una crisis con la emoción y el esfuerzo entusiasta. Por eso es necesario reflexionar para hacerlo mejor la próxima vez. Permítanme que menciones algunas cuestiones de trazo grueso.

La primera de ellas, al SNS le ha faltado gobernanza, le ha faltado un mecanismo de funcionamiento unitario y ágil, que no incluye únicamente disponer de un solo centro de decisión. La toma de decisiones se ha soportado sobre sistemas de información que han mostrado enormes lagunas, en su configuración y, por qué no decirlo, en la capacidad de gestionarlo desde las comunidades autónomas. Las transferencias sanitarias han acercado la toma de decisiones a los territorios, pero, tal como se ha demostrado en esta crisis, se ha debilitado el núcleo central que establece la propia Ley General de Sanidad, que sigue diciendo que el Sistema Nacional de Salud "es el conjunto de los servicios de salud de la Administración del Estado y de los servicios de salud de las comunidades autónomas" (artículo 44.2). Por más que se empeñen en algunos territorios, solamente hay un único Sistema Nacional de Salud. Claro que, después del esperpento que vienen representando algunos presidentes de comunidades autónomas ante el inicio de la llamada "desescalada", porque no han salido bien en la foto, es muy difícil pensar en un mando único eficaz.

La segunda cuestión tiene que ver con la logística y la política de aprovisionamiento. Por doloroso que sea, tenemos que asumir que no disponíamos de equipos de protección y equipamiento médico suficientes para lo que se nos venía encima. Como ya he comentado, no teníamos carta de navegación para una crisis. Pero lo grave es que se ha desnudado nuestra capacidad como país para generar los bienes y equipos que necesitamos. A lo largo de los años, hemos visto como natural e inevitable la deslocalización de nuestras empresas hacia países con costes laborales mucho menores que en cualquier país europeo. No sólo lo hemos visto como natural, sino que se ha fomentado con las normas de contratación de las Administraciones Públicas que, con el objetivo irrenunciable de mejorar la transparencia en la gestión, han incorporado elementos que han llevado a que los concursos públicos se resuelvan por el precio de las ofertas. De este modo, han entrado proveedores con materiales de menor calidad, hemos inducido políticas de reducción de costes de personal y hemos expulsado del mercado público a empresas locales. Ahora hemos visto algunas de las consecuencias.

En resumen, si queremos aprender de la crisis, tenemos que hacer un análisis sistémico y abordar los problemas de verdad, como los que he apuntado: la gobernanza del sistema -de la que hablaré de forma monográfica en otro momento-, la política de inversión y suministro y la propia política industrial del país.