Cuando se iniciaban los actos de su merecida reparación a los largos tiempos de olvido y de silencio, al duro castigo de sus coetáneos conservadores, en la actividad pública y en la cultural, y a la implacable persecución que su ideario y estilo sufrieron en el franquismo, una calamidad planetaria dejó la voluntad sobre el papel y las ilusiones y proyectos aplazados. Español medular y orgulloso, honesto e insobornable protestón, republicano ferviente y anticlerical, tantos atributos de carácter y valores incómodos ahora por triste azar le siguen pasando factura.

Solo la constancia y el mérito de los galdosianos mantuvieron su memoria en "el paraíso para la lengua y el infierno para los ojos" -una certera definición de la patria hispana- y fue el unánime reconocimiento internacional el que lo situó en un escalón del que ya no pudieron apearle ni los poderes públicos, ni los intelectuales adictos, ni, en suma, el conservadurismo tradicional que revivió, creció y engordó con la dictadura. El pasado 10 de enero se cumplió el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós en su amada Madrid, y el 10 de mayo, en las vísperas del confinamiento, los ciento setenta y un años de su nacimiento en Las Palmas de Gran Canaria. Fueron sus instituciones -Cabildo y ayuntamiento capitalino- las que, en el paréntesis de injusto castigo, adquirieron sus pertenencias, abrieron su Casa-Museo y promovieron ciclos de estudio, congresos y ediciones frente al silencio e indiferencia oficial.

Con una democracia consolidada y homologada, la nación -cuyas grandezas y miserias describió como nadie- organizó una reparación póstuma -tenemos muy arraigada la pulsión fúnebre- pero el homenaje merecido quedó en el aire, como todo, a la espera de las seguridades sanitarias y las bonanzas con las que sueñan los ciudadanos. Cuando llegue la hora, las nuevas generaciones tendrán una ocasión única para descubrir al escritor prodigioso, que se codeó por derecho con los grandes novelistas europeos del XIX, que revitalizó el idioma de un imperio perdido e hizo volver los ojos hacia un país en caída libre donde el pueblo, al fin, tenía voces y metas acompasadas con el pulso de la historia. En las islas y en tierra firme, la celebración galdosiana descubrirá también a un periodista de raza, a un dibujante ingenioso y pintor aceptable, a un genio polifacético, a un hombre vital y consecuente y, sobre todo, a un patriota.