Creíamos que el grafeno sería el material que revolucionase nuestra época. Pero no. Al parecer, retrocedemos al metacrilato como una de las soluciones de futuro a esta rutina programada y escalonada en compartimentos estancos. En definitiva, conviviremos con más barreras y muy pendientes de los datos oficiales. La paradoja es que habrá que improvisar frecuentemente, porque todos los minutos del día son imposibles de meter en un mismo saco normativo. El rebrote acechará mientras sigamos intentando sorber y soplar al mismo tiempo. Economía o salud: funambulismo imposible entre lavado y lavado de manos. ¡Cuánto hemos aprendido en estas semanas de cuarentena! La "nueva normalidad" que viene suena a manera de vivir en la que las libertades llevarán copago y dejarán de ser de acceso universal. Y claro, no hace falta ser muy despierto para darse cuenta que no todos los sectores pierden con esto. Algunos, los de casi siempre, ya se están forrando... y puede que hasta de manera merecida, porque estaban preparados para lo que iba a pasar. Inauguramos una nueva forma de estar en casa y también de trabajar desde ella, pero también estrenamos también nuevas inseguridades. La gente se ha percatado de que hay que empezar a ajustar nuestras rutinas y que necesitamos más que nunca una luz que nos saque del atolladero mental. Incluso más que del confinamiento físico. Sí. Ahora que nos habíamos aprendido las respuestas, resulta que van y nos cambian las preguntas. Así que damos por buena la cuota de libertad que nos hurtan a cambio de que nos indiquen el buen camino de regreso a la normalidad. Aunque sinuoso y marcado con miguitas de pan, lo importante es que el sendero sea fiable. Y si hay que hablar de remontada, pues hablamos, aunque nos parezca tan extraña como una plancha de plástico transparente a un palmo de nuestras narices. Hay muchas emociones que ordenar, a las que poner nombre. Y lo tenemos que hacer desde una patera y todos juntos, como si estuviéramos a punto de naufragar. Tampoco es sencillo de asimilar que no somos un transatlántico, que la marejada nos produce inestabilidad porque el oleaje es de los que curte hasta a los marineros de los viejos veleros bergantines. Correremos juntos la misma suerte, pero en el fondo nuestra debilidad interior nos dice que a lo mejor se hunde el barco sin nosotros. Que milagrosamente nos salvaremos agarrados a una boya con nuestro nombre en medio del océano. La historia siempre se repite y los egoísmos y los ególatras, lamentablemente, forman parte de ella. Es tiempo, pues, para lo colectivo. Tiempo para abandonar las rebeldías y de buscar apoyos resistentes para encontrar un modelo social que reivindique el espíritu de equipo. De recuperar el resuello y exigirle a Europa y sus políticos, ésos que han presumido durante años de tener un proyecto en común, que hora es ya de que lo demuestren de una vez. Al norte, al sur, a las empresas grandes y pequeñas: remad todos en la misma dirección, sin banderas. Lo público y lo privado dando la mejor versión de cada uno. Y que cada cual sea todo lo individual que quiera y todo lo libre que pueda, pero siendo conscientes de que ese miedo que sentimos lo sortearemos mejor si lo afrontamos coordinados. Sin ensimismamientos ni trincheras ideológicas. Somos un país muy majo, pero ese viaje que tenemos que hacer para recuperarlo será largo. Y nos costará un triunfo transitarlo.