Se veía venir. Pero se ha tardado en reconocer lo que era evidente: el turismo no se recuperará en Canarias de la noche a la mañana y con facilidad. Se nos ha estado vendiendo la entelequia de contingentes de europeos, asiáticos, americanos y demás, esperando ansiosos a que se abrieran de nuevo las compuertas para tostarse al sol y llenar hoteles. Pero la esperanza de pronto retorno a la normalidad, confiando en la bondad del mismo modelo turístico y en las inyecciones económicas que vendrían de fuera, no se tiene en pie. Alemania acaba de echarnos un jarro de agua fría. Otro lo prepara Inglaterra.

La salud del turismo canario, cantaban las cigarras, era excelente, porvenir seguro. Sin embargo, se lo ha tragado todo un tsunami imprevisto. Números cantan: paro laboral descontrolado, empresas fulminadas en veinticuatro horas, miles de ERTE inciertos, destrucción masiva de empleo, pobreza galopante; cifras abrumadoras.

La pandemia azota todos los países. Esperar que, superada la crisis, fluirán, con la misma prodigalidad que hasta hace apenas, las ayudas de una Europa castigada por un fenómeno devastador para el que no estaba preparada, se diluye como azucarillos. Habrá solidaridad, nadie lo duda, pero esta exigirá contención, racionalidad, equidad, sacrificios.

Por fragmentación, lejanía y por el patrón de desarrollo económico elegido, Canarias sufrirá con especial dureza las consecuencias de la guerra que está librando a escobazos o a tontas y a locas contra la o el Covid-19 el mundo entero. La pandemia ha pillado a todos con el paso cambiado, pero a unos más que a otros. El panorama que dibujan los indicadores socioeconómicos y culturales canarios es muy negro.

Se tardó en vislumbrar lo que se nos venía encima, pero estamos tardando aun más en reinventarnos el futuro para evitar el hundimiento. Limitarnos a recobrar lo perdido y lo que siga perdiéndose sería fatal, temerario. Si Canarias quiere salvarse de la debacle no tiene más alternativa que un horizonte nuevo. El actual se ha demostrado endeble, injusto y desequilibrado. Dice la RAE que recuperar es volver a tomar o adquirir lo que antes se tenía o retornar a un estado de normalidad después de haber pasado por una situación difícil. ¿No será suicida volver a las andadas, pretender una reconstrucción con los mismos mimbres viejos y pasados de fecha?

La historia de las islas es la de una cadena de fracasos provocados por el desmoronamiento del modelo productivo por el que se optó y prevaleció en cada eslabón: azúcar, vino, cochinilla, tabaco, tomates, plátanos, turismo, cemento... Uno tras otro, los fueron arruinando conflictos bélicos, alianzas estratégicas ajenas, crisis sanitarias, crisis económicas, emergencia de otros mercados, fuerzas indomables de la naturaleza. Seducido por el señuelo de prosperidades coyunturales, nunca el archipiélago se sentó a planificar con rigor su porvenir sobre la base de sus potencialidades, que no son pocas, pero también de sus debilidades y limitaciones, que tampoco lo son. Más de medio milenio de frustraciones no han sido suficientes para haber aprendido la lección.

El callejón en el que se encuentra Canarias es de salida incierta, catastrófica o esperanzada. Habrá de enfrentarse a la crisis con celeridad para que no se ensañe en los estratos más débiles y vulnerables de la sociedad insular, pero con la misma urgencia tendrá que elaborar un programa de salvación, con audacia, basado en nuestras singularidades tanto como en nuestras carencias, en nuestras lejanías como nuestras cercanías; el proyecto de país sólido y solidario que el archipiélago demanda en esta difícil coyuntura.

El modelo económico y social poscoronavirus, sean el que sea y quienes lo tracen, tendrá necesariamente que sustentarse sobre unos pilares maestros sin los cuales estaría condenado al fracaso. Primero y principal, la educación, motor esencial de transformación de toda sociedad. El archipiélago precisa como nunca mujeres y hombres canarios preparados para enfrentarse con conocimiento y coraje a los desafíos del nuevo tiempo.

Una política educativa innovadora ha de orientarse a desarrollar y potenciar al máximo la I+D+i. Las islas poseen recursos naturales apenas o nada explotados: energía eólica, energía solar, energía oceánica, energía geotérmica y, además, inagotable energía humana, como lo han demostrado nuestros hombres y mujeres a lo largo de nuestra historia, luchando a contrapelo; unas reservas inmensas, si se saben aprovechar. O Canarias se sube sin demora al carro de las nuevas tecnologías, que ofrecen incalculables posibilidades de actividad científica, económica e industrial, o habrá perdido el tren de su futuro.

El turismo reclama un giro copernicano, para que la cantidad no sea la base de su sostenibilidad. A Canarias no le conviene, ni podrá soportar en un tiempo nuevo como el que se avecina, un turismo de masas, sino atraer y seducir con estándares de confort y seguridad máximos un turismo de alto nivel, exigente, al que hay que saber ofrecerle servicios de categoría excepcional en alojamiento, atención personalizada, ocio, gastronomía, etc. La experiencia en núcleos concretos del sur tinerfeño avala la bondad de propuestas de esta naturaleza.

El cuarto pilar pasará necesariamente por la reestructuración de los sectores agropecuario e industrial. Nuestras débiles industrias agrícola, pesquera y de procesado requieren una remodelación a fondo para no desplomarse. Hemos de devolverle al campo dignidad, recuperar las tierras abandonadas por la fiebre del ladrillo y el turismo y reformular su explotación, lastrada por un minifundismo que no ha aprendido a compatibilizar propiedad con eficiencia compartida; rescatar el prestigio de la marca "del país", simbólica etiqueta de calidad y garantía seculares, que la pereza de unos y la ambición de otros nos han ido arrebatando.

En definitiva, diseñar con coraje y renovada visión otro modelo canario de futuro. Cómo se ha de construir, con qué dovelas, en qué dirección y a qué ritmo, y que no cause traumas insalvables, es responsabilidad de los políticos y de los agentes económicos y sociales, que para eso son y están.

Periodista