Lo nuestro es para que nos lo hagamos mirar. Cuando se dijo que la salida del confinamiento se iba a ensayar en Canarias, se levantó una oleada de críticas diciéndole a Madrid que los experimentos los hiciera con su abuela. De ahí pasamos a que el Gobierno de las islas propusiera un plan autóctono de puesta en libertad de las masas guanches encuevadas, que Madrid se pasó por ese lugar donde la espalda pierde su honesto nombre. "Aquí mando yo" dijo Pedro Sánchez a las comunidades autónomas. Y hemos acabado con un remix en donde el Gobierno central va a dirigir la salida de la gente a las calles a lo largo de un proceso que no entiende ni dios, pero que permite a las islas limpias de virus adelantar algunos pasos. O sea, que le deja apuntarse un pequeño tanto a una Canarias tan desairada.

Los políticos, ocupados en sus cosas, no se dan cuenta de que la mayoría de los ciudadanos no tiene ni paciencia, ni tiempo, ni ganas de enterarse del sudoku de la desescalada. Esto va de abrir el grifo o cerrar el grifo. Nada de sutilezas. Algunos no somos capaces de dominar la mezcla del agua caliente y fría en la ducha: imagínate comprender las cuatro fases de la vuelta a la calle. Anda y que te den morcilla.

El regreso a esta "nueva normalidad" anormal, que diría Pedro Sánchez, es un territorio inexplorado. El virus que nos hizo entrar en estado de pánico y aceptar que nos encerrasen, sigue estando entre nosotros. Y hoy, como ayer, no sabemos ni en cuántos ni en dónde. Seguimos a ciegas. Lo que ha logrado vencer el contagio es que retiramos los vehículos de las calles de manera radical. O sea, a nosotros. Y ahora volvemos a salir. ¿Quién nos asegura que si hay portadores no volverán a contagiar? Solo existe una respuesta: nosotros mismos.

La "vida nueva" es una especie de renuncia de la sociedad que conocíamos. El contacto físico será un anatema, compartir el ascensor un imposible y beber un cortado en la terraza de un bar, en una taza que han usado otras personas, una especie de suicidio que nadie estará dispuesto a cometer. Hasta que no se descubra una vacuna o un tratamiento eficaz y nos abandone el miedo, la nueva sociedad será una pobre imitación de la que conocimos. El transporte, el comercio o la restauración serán como las misas en latín con el cura de espaldas. Un anacronismo peligroso.

Para estas islas, el miedo es el peor enemigo de nuestra economía productiva. Espanta a los clientes de los hoteles, las playas y los restaurantes. Si no regresamos a la vieja normalidad, en un periodo de tiempo razonable, la nueva será nuestra tumba. Esa es, pues, la gran paradoja. Que cuanto más se esfuerzan los que mandan en inculcarnos la lejanía social que nos protege, más hondo se está cavando la fosa del turismo. La teoría futbolera de la sábana corta. Si te tapas la cabeza se te congelan los hoteles.