Ayer la gente se felicitaba entre los balcones. No había terminado la intervención de Pedro Sánchez -que es el orador que menos convence sin equivocarse casi nunca: tiene la empatía de un ficus- cuando ya la inmensa mayoría pensaba que todo había empezado a quedar atrás. En un momento del paseo mi chucho se detuvo y empezó a ladrar a los que se intercambiaban parabienes. Lo aplaudieron a él también, y ni siquiera tiene puestas todas las vacunas. El perro, más reflexivo que Pablo Casado, guardó silencio, y movió la cola. Después comenzaron las preguntas. Vivo en La Laguna. A partir del próximo día 14, ¿podré coger el coche y bajar a Santa Cruz? Vaya usted a saber. Al parecer, si se trata de visitar a sus ancianos padres, no. Los viejos están empezando a reinstalarse en sus casas como en un catafalco. Quizás puedan salir de sus domicilios dentro de quince días, durante un par de horas, y te cruzarán con ellos, y podrás saludarlos con la mano a una distancia mínima de dos metros. Es lo que llamó el presidente Sánchez "la nueva normalidad".

Es una expresión muy desafortunada, pero en el fondo muy sincera. La nueva normalidad no es un nuevo espacio político o modelo económico, no. Etimológicamente normalidad se refiere a "cualidad relativa a la regla que establece acción, modo o tamaño". La nueva normalidad no significa otra cosa, por lo tanto, que las nuevas reglas que regularán estrictamente el comportamiento social: una normatividad que, para combatir una gravísima enfermedad infecciosa, impondrá restricciones a nuestras libertades durante los próximos meses. El presidente del Gobierno, por supuesto, se limitó a explicar el secuencial proceso de salida de la cuarentena y su cronograma aproximado. Tenía una gran oportunidad para relacionar dicho cronograma con sus políticas económicas y fiscales de emergencia. Solo se podrán abrir el 30% de las terrazas (si tienes seis mesas puedes atender dos) pero el Gobierno abrirá microcréditos a las empresas (bares, cafeterías, restaurantes) y prolongará la vigencia de los ERTES. Pero Sánchez nos ha ahorrado semejante aburrimiento, como se ahorró comunicar previamente su plan a nadie, incluyendo la oposición, así que seguimos igual: este es un gobierno arteramente socialcomunista y bolivariano enfrentado con un hatajo de fascistas casposos y oportunistas y desde ambas trincheras se prepara un inminente golpe de Estado. Los referentes intelectuales son Jorge Javier Vázquez y Marta Sánchez respectivamente.

Aún más, el presidente del Gobierno español ha aludido aclarar si pretende extender el estado de alarma hasta finales de junio o incluso principios de julio previa autorización del Congreso de los Diputados. Me temo que será así, y no porque no sea posible tirar de decretos leyes razonables para gestionar la situación, sino porque el Ejecutivo se encuentra infinitamente más cómodo desde esa trinchera de ordenoymando. Por eso era (y es) singularmente importante que el presidente se pronuncie sobre la prolongación de los ERTES y de otros instrumentos económicos y tributarios puestos en marcha, porque en su mayoría están vinculados a la permanencia del estado de alarma. Si ustedes no prolongan el estado de alarma más o menos automáticamente -es el subtexto del silencio presidencial al respecto- pues los ERTES y quedarán derogados. Es muy intranquilizador. Pero ayer trinaban los balcones y los pájaros, impresionados, se escondían en las ramas más altas de los árboles.