Todos los problemas son -entre otras cosas- un problema de lenguaje. Por eso -por ejemplo- no tengo problemas graves con mi perro. Hay gente que lo estropea todo con una frase o que denuncia su propia incomprensión sobre lo que pasa con una expresión verbal. Por ejemplo, esa expresión de Lluís Serra, portavoz del comité científico que asesora al Gobierno autonómico sobre la pandemia: "Nos hemos ganado el derecho de empezar la desescalada esta semana". Pero comenzar a salir a la calle en el tránsito de una pandemia que ha enfermado a miles de isleños y matado a docenas no es en ningún caso un derecho que se haya ganado nadie, sino una decisión de los poderes públicos basada en un análisis científico y, principalmente, epidemiológicos. Esa retórica de castigos y merecimientos está fuera de lugar en todo caso pero, muy particularmente, cuando se trata de un científico. Es moralismo puro y duro y lo único que consigue es confundir a la gente. "Ni viven ni dejan vivir", insiste el portavoz en su cantinela jesuítica. Lo único que dan ganas de replicarle es una pregunta: "Doctor, que si quiere bolsa?".

Es una delicia comprobar la pleitesía que se rinde a la ciencia cuando queremos estirar las piernas. El malhadado plan de desconfinamiento del Gobcan era inatacable, es decir, irrechazable, porque se basaba "en criterios y argumentos científicos". Sobre la "evidencia científica y clínica", según sus propias palabras, Serra afirmaba el pasado 1 de marzo que era tan razonable o tan lícito temerle a este coronavirus "como temer esperanza de que nos toque la lotería". Si existe un principio epistemológico indiscutible es que los análisis científicos no son indiscutibles, sino todo lo contrario: son científicos porque se pueden discutir científicamente. Por eso - y no solo por la diferencia de los distintos escenarios -- las recomendaciones de los científicos varían más o menos ligeramente en naciones, regiones o ciudades afectadas y los proyectos de desconfinamiento muestran diferentes ritmos y medidas. La propuesta del Gobierno de Canarias no es una verdad revelada. Algunos de sus puntos son muy razonables y otros sumamente discutibles si uno se toma la molestias de hablar con otros científicos. Desde ayer los niños pueden salir una hora acompañados por su padre o su madre. Mañana el Consejo de Ministros aprobará un plan nacional que muy posiblemente recoja especificidades para varias comunidades autonómicas, entre ellas Canarias y Baleares. Es grotesca la escandalera que se ha armado, como resulta asombroso el amateurismo del Ejecutivo regional en el tratamiento político y mediático que aplicó a su propia iniciativa.

Ayer muchos irresponsables hicieron el imbécil a la hora de pasear con sus hijos, pero la actitud de la mayoría fue muy correcta, salvo en un punto: los numerosos ciudadanos, niños y adultos, que no llevaban mascarilla o empleaban sustitutivos perfectamente inútiles. Es curioso, porque exigimos salir cuando antes, pero no demandamos un suministro regular de mascarillas para poder hacerlo minimizando los riesgos, igual que aplaudimos al personal sanitario, pero nadie organiza una protesta lo más ruidosa posible para que cuenten con un material de protección que todavía hoy es insuficiente en los centros hospitalarios y que no ha llegado a las consultas de atención primaria. Nada de esto perturba a los que soplan el bucio de la indignación. Quieren su guerrita ideológica e identitaria. Una más. Son incansables.