Al presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, y a todas las Comunidades Autónomas, dicho sea de paso, los han puesto en su sitio: o sea, mirando para la Meca, que ahora es Moncloa. Como para demostrar que el olímpico desprecio que Pedro Sánchez mostró por Canarias, cuando gobernaban los nacionalistas, no era un tema político, sino ontológico. Porque esa cosa compleja que llamamos Madrid es ahora mismo el ombligo de España.

Torres, con el aval del equipo científico que le asesora desde el comienzo de la crisis, preparó y fundamentó un plan de desconfinamiento diferenciado para Canarias. El problema es que para saber el color de la burra conviene tener los pelos en la mano. La información se filtró a los medios y la gente empezó a hacerse ilusiones sobre su libertad condicional. Y Madrid ha dicho que naranjas de la china. Que el proceso será asimétrico, pero que la decisión no será de las autonomías, sino de ellos. O sea, que no salga nadie.

En la parte pensante del PSOE regional -que no es tampoco del tamaño del Amazonas- hay cabreo sordo, porque consideran que un socio del pacto filtró antes de tiempo la información del plan de desconfinamiento canario. Unos piensan que lo hizo "porque es lo que hace siempre", intentando "apuntarse los tantos que son de todos". Pero esa no es la peor versión. Hay otros que creen que quien lo hizo quería exponer a Ángel Víctor Torres a lo que finalmente ha ocurrido: que Madrid haya rechazado contundentemente un desconfinamiento programado en Canarias cuando los ciudadanos lo estaban casi celebrando. O sea, para crear más tensión.

Torres, según cuentan, no tenía intención de anunciar nada antes de tener el acuerdo cerrado con el Gobierno central. Se vio forzado a salir cuando ya el tema estaba en la calle. Pero hay que ser muy cándido para pensar que un asunto como ese no terminaría escurriéndose por alguna grieta informativa. Ya se sabe lo que duran los secretos en Canarias: lo que se tarda en escribir un titular.

Lo que importa es que el Gobierno de Pedro Sánchez quiere seguir teniendo la sartén por el mango en las decisiones sobre el fin del confinamiento ante el maldito coronavirus. No es incoherente, porque es lo que decidieron desde el principio. Pero llama poderosamente la atención la contundencia centralista de los últimos mensajes ante los territorios de régimen común cuando lo que uno ha visto -al pasado reciente me remito- es un espíritu de absoluta flexibilidad y concesiones con otros territorios como Cataluña o País vasco.

Ahora mismo la gente en sus casas no sabe a qué atenerse. Preguntan a todo el mundo cuándo y cómo se puede salir. Y entre unos y otros la están liando. La orden de confinamiento fue muy sencilla: todo el mundo se encierra en su casa. La salida no puede ser un sudoku, porque pocos lo van a entender y aún menos lo van a cumplir. El Gobierno de Sánchez, que nos encarceló, quiere apuntarse la medalla de nuestra libertad provisional. Se entiende el objetivo, aunque igual sobran las maneras.

Más que el asunto en sí, lo que importa es el contexto. Muchas urgencias de las islas están pendientes de unas respuestas del Gobierno central que ni se toman, ni se dan, ni se explican. El clima se está enrareciendo. Tanto que sorprende que nadie se haya molestado en suavizar las palabras del ministro de Sanidad, Salvador Illa: "La desescalada la dirige el Gobierno". Un poquito sobreactuado. Como la dirija igual que hace las compras en China vamos de culo.