El Ministerio de Sanidad no ha rechazado el plan de desconfinamiento propuesto por el Gobierno de Canarias. Ha pospuesto su examen a fondo sine die, lo que no es exactamente lo mismo. Pero es un golpe -al menos momentáneo- al Ejecutivo autonómico y más concretamente a su presidente, Ángel Víctor Torres. Cabe pensar -existen elementos que justifican la hipótesis- que Torres encontró cierta receptividad en determinados despachos o teléfonos de Madrid y pidió al comité de expertos que ampliaran y detallaran el esbozo del documento que tenían pergeñado hace más de una semana, y que no contemplaba sino los primeros quince días después de la cuarentena. Porque las decisiones -recordar las obviedades es obligatorio en tiempos de pandemia- no las toman ni las implementan los científicos o tecnólogos, sino los dirigentes políticos.

En Canarias la pandemia no ha sido especialmente dura. Pero después de insistir en el trabajo encomiable realizado por el personal sanitario -a menudo, sobre todo las primeras semanas, en condiciones menesterosas- debe subrayarse siempre que la insularidad y el aislamiento no son logros de una brillante estrategia del Gobierno regional, sino condiciones geográficas que nos han venido muy bien. En las islas más pequeñas la infección está controlada, pero en Gran Canaria y Tenerife no, y por supuesto, el porcentaje de población testada es muy bajo. Y si bien los ciudadanos se muestran medianamente satisfechos con la gestión regional de la crisis sanitaria, el malestar, la frustración y el miedo a la incertidumbre no dejan de crecer entre los ciudadanos confinados.

Torres y su equipo -desde luego, no Román Rodríguez y el suyo- apostaron por un plan amplio y meticuloso, pero tan irreal como las soluciones de un mad doctor en las películas de catástrofes. Desde hace tiempo el presidente enciende alternativamente dos velas: una a la amortiguación de la infección y otra a la reactivación económica, que le llevó a soltar disparatadas ocurrencias como que los hoteles podrían abrir de nuevo sus puertas en junio. En el Gobierno, y más aún en el PSOE, aumentan los nervios de los que saben que les corresponderá gestionar una catástrofe económica y están abocados a soplar con sus propios pulmones para controlar la temperatura de un infierno social. El plan de los expertos era al mismo tiempo un alivio para la mayoría, una esperanza para pequeños empresarios del comercio y una prueba de que el Gobierno canario se estaba moviendo a fin de apuntalar su imagen. Pero todo se ha desarrollado con un amateurismo sorprendente. Así no se hace público un plan de estas características, así no se negocia con las autoridades ministeriales, con un móvil y tres contactos, así no se ilusiona a los ciudadanos en un contexto calamitoso de desconfianza y angustia. Ha sido un patinazo jodido de superar y que consigue, como un efecto indirecto, crear un efecto de agravio comparativo, aunque en rigor no ha existido tal.

Luego está el pataleo del profesor Lluis Serra, portavoz del comité, en las redes sociales, arremetiendo contra el Ministerio de Sanidad, y refiriéndose a "ese gobierno español". A un servidor le llegaron a contar que el doctor Serra fue designado portavoz del comité por él mismo ante la indiferencia de sus colegas, pero no me lo termino de creer, como tampoco me creo que se le vaya a destituir en un par de días: debería marcharse digna y elegantemente. Seguro que lo hará. Vamos, que nadie lo dude.