Quizás sea el confinamiento, quizás el malhumor del chucho, que ya exige tres paseos diarios y una portada de El Mundo para sus cosas, pero no puedo dejar de imaginarme las reuniones de Pedro Sánchez con el comité de expertos sobre la pandemia, desarrolladas siempre bajo la sagrada premisa de supeditar las decisiones políticas a los criterios científico-técnicos.

-¿Dejamos o no dejamos salir a los niños a la calle?

-¿Eh? Pues, verá, en fin? No tenemos criterios todavía al respecto?

-Pero ustedes son científicos. Los científicos tienen criterios, me lo ha dicho Manuel Castells. Si no tienen criterios, me dijo, su posición es epistemológicamente insostenible.

-¿Y le dijo algo más?

-No, se fue corriendo, es un decir, a refrescar la búsqueda de referencias suyas en Google? En resumen, ¿sacamos a los niños a la calle o no?

Sinceramente: es muy posible que la respuesta no fuera concluyente. La ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, que es esa señora que parece un personaje de los hermanos Álvarez Quintero, comentó, para ganar tiempo, que los niños podrían acompañar a sus padres a los supermercados y los bancos. Y lo hizo así para apostar por lo seguro, porque desde siempre es posible -repasen la prensa de los primeros días de la cuarentena- que tu hijo te acompañe al supermercado. Miles de padres y madres lo han hecho así en las últimas semanas sin mayores problemas en casos extremos. Los bancos son algo más extraños porque, en realidad, no están abiertos al público (y nadie repara en este abuso mezquino sobre sus clientes) pero los citó de relleno. María Jesús Montero se curaba de espantos citando como alternativas de salida a los niños circunstancias que ya se contemplaban y se estaban produciendo en toda España. Por supuesto, no le sirvió para nada. Una parte considerable de los errores, patinazos y confusiones del Gobierno en la aterradora crisis sanitaria tiene como origen la obsesión intolerable en presentar una fachada de impecable eficacia, en la propaganda y en la tentación de pasarse de listos. El presidente, principal componedor de estas malas costumbres, se precipitó al anunciar que los niños serían los primeros en la recuperación del reino de la calle. Y esta precipitación, obviamente, abrió un flanco de presión social y mediática que produjo otras torpezas, como la de la ministra.

Finalmente -aunque los adverbios son quebradizos en esta primavera negra- los niños menores de 14 años podrán salir a la calle para pasear acompañados por un adulto y protegidos por guantes y mascarillas. Y en apenas una semana. No hay mascarillas en las farmacias y es muy difícil encontrar guantes. Apuesto a que dentro de tres o cuatro días no sabremos nada sobre los protocolos que deberán observar padres e hijos en sus esos paseos higiénicos cuando todavía se encontrará en vigor el estado de alerta. ¿Cómo se controlarán estas salidas, su extensión física y temporal? ¿Podrán efectuarse a cualquier hora del día? ¿Podrán llevarse niños y mascotas? ¿Un solo hijo o pueden ser dos? De acuerdo: no es fácil e inevitablemente debe confiarse en el sentido de la responsabilidad y la prudencia de los padres. Pero esa prudencia y responsabilizad debe exigirse también al Gobierno. Explíquense. Explíquenlo. No mañana. Hoy.