La pandemia del Covid-19 se extiende y llega con estruendo a los Estados Unidos y a la India, que uno por su importancia y la otra por su población parecen llamados a convertirse en sus próximos grandes focos de expansión. Llega también a África, aunque más silenciosamente porque ese continente ocupa menos lugar en nuestros medios de comunicación, a pesar de que previsiblemente hará estragos por la escalofriante falta de medios para combatirla, y también por la recesión económica que la sucederá en forma de hambrunas.

Y llega por ?n a Iberoamérica de la mano de líderes tan irresponsables como Bolsonaro o López Obrador, que en contra de la evidencia se niegan a reconocer su mortífero poderío. Este virus es diferente pero eso no es excusa para haya cogido tan desprevenidos a gobernantes y sistemas de Salud, pues ha habido muchos precedentes desde la "Gripe Española" de 1918 (50 millones de muertos) hasta los recientes SIDA, SARS, ÉBOLA... y no les hemos hecho caso. Que no nos digan que no sabían que esto podía ocurrir pues los expertos lo habían advertido, como también sabemos que es sólo cuestión de tiempo hasta que haya otra epidemia más mortífera que ésta (la tasa de mortalidad del ébola es del 50%), que incluso podría ser provocada por virus creados arti?cialmente en laboratorios si grupos terroristas consiguieran esa capacidad. Son muchas las cosas que hay que cambiar y las medidas que hay que tomar para defendernos de ese futuro.

No es ciencia ?cción pues todo cambia muy rápido: las guerras tienen ya un componente cibernético importante, y Bonnie y Clyde no hubieran creído que en 2020 no hagan falta pistolas para robar un banco. Bernard-Henri Levy recordaba en un artículo reciente que el término pandemios (literalmente "sobre el pueblo") se empezó a utilizar en Grecia en el siglo V aC para designar a la plaga que mata a todos sin hacer diferencias, frente a scourgos que era un término reservado a maldiciones que se llevaban por delante a los primogénitos de cada casa, como ocurrió con Moisés en Egipto. Una pandemia es global por de?nición y nadie está a salvo aunque sus efectos sean muy diferentes de unos países a otros, tanto por el porcentaje de infectados como por el de fallecimientos que provoca. En el caso de España ambos alcanzan números difícilmente explicables, pues con apenas el 0,5% de la población tenemos el 20% de los muertos de todo el mundo, el mayor porcentaje per cápita... y no será un consuelo que baje a medida que el virus se extienda a otros países. No hagamos como los que imitan a la Reina de Alicia en el País de las Maravillas pidiendo "primero la condena, y luego el veredicto", pues tiempo habrá para saber a qué debemos el honor de ocupar este destacado lugar en el trágico podio de la pandemia.

De momento hay que vencerla para que pronto sea un mal recuerdo que pasará a los libros de Historia como la mayor tragedia sufrida por la Humanidad desde la II Guerra Mundial, una tragedia que marcará sin duda "un antes y un después". Y los políticos que votamos deberían tomar nota para unirse en busca de soluciones, evitándonos sonrojantes espectáculos como el de esta semana en el Congreso. Nosotros no debemos perder los ánimos, seguir las indicaciones de las autoridades y combatir la epidemia del miedo, que es humano y lógico, porque a pesar de todo somos unos privilegiados por vivir en un país con un sistema de Salud desarrollado y con medios (aunque también haya evidenciado carencias) para afrontar la que se nos ha venido encima. Y pensar en cómo enfrentarán la pandemia en los campos de refugiados de Siria, en lugares en guerra como Yemen y Libia, o en países que no lo son como Somalia. Lugares donde no llegan los tests o las mascarillas porque Europa y EEUU compran toda la producción mundial, y donde la muerte forma parte del paisaje diario, como aquel padre del Golfo de Guinea al que di el pésame tras un accidente en el que había perdido mujer y seis hijos y me contestó: "se lo agradezco, pero no se apure porque tengo otros", o esa madre que había parido mellizos y tenía que decidir a cuál de los dos dejaba morir porque sólo tenía leche para amamantar a uno...

Esta crisis debe enseñarnos a ser más agradecidos a la vida y una forma de hacerlo es ser más solidarios con nuestros prójimos que en este caso son los más viejos. Por su vulnerabilidad y porque están muriendo delante de nuestros ojos en porcentajes obscenamente elevados, poniendo de relieve que vivimos en una sociedad que los rechaza aunque no lo quiera reconocer.

La publicidad dominante nos quiere sanos, guapos y fuertes y por eso disfrazamos los furgones fúnebres, para no verlos, y metemos a nuestros ancianos en "residencias de la Tercera Edad" (incluso evitamos la palabra "viejo"), que exigen una drástica revisión pues la tragedia que ha ocurrido en ellas ha puesto de relieve serias de?ciencias en su control y en su régimen de funcionamiento. Y no olvidemos tampoco a los que viven solos porque, como me decía una amiga africana con mucha razón: "los verdaderos pobres no son los que no tienen dinero, son los que no tienen a nadie". Y son muchos. La soledad es siempre dura pero lo es más en un régimen de con?namiento como el actual.

Aliviar esa soledad puede signi?car mucho para quiénes no tienen con quién compartir su miedo y sus ansiedades. A veces basta una llamada para romper la monotonía y enriquecer todo un día.

* Embajador de España