Desde el 14 de marzo el paso de los días y, sobre todo, las semanas nos impone un complejo ejercicio en busca de la mengua o estabilización

de los daños que nos acechan bajo el título del Covid 19: afectados, ingresados en centros y, enfáticamente, en cuidados intensivos, fallecidos y altas médicas. La patología respiratoria desatada en la lejana China y extendida por el mundo globalizado difundió el miedo, mudó nuestras costumbres y arrumbó, quizás para siempre, usos diarios; limitó nuestros movimientos e impuso tareas aritméticas con la esperanza de resultados satisfactorios, aunque hablar en positivo con quinientos muertos diarios es una sangrante paradoja.

Pero en esas estamos y mi kiosquero -fiel a la amistad de cuatro décadas, a diario y a través del móvil-me pasa sus cuentas e impresiones que empieza siempre "por aquí". "Fuera de Ceuta y Melilla que, tienen doce veces menos población, Canarias es la autonomía con mejores números" (96 muertos el último fin de semana). Anunció, acaso con más énfasis que el ministro Illa, que en el conjunto de estado "ya estamos, por fin, en el pico" y, listo, como una tea, ironizó con las cifras de Francia - limitadas a las registradas en hospitales - y los peculiares de Chile que suman al grupo de personas "libres de contagio, a las altas y los difuntos".

Con lápiz o calculadora, desde hoy hasta el próximo 26 de abril seguiremos con las cuentas y la secreta, o pública, ilusión de observar mejorías en columnas y porcentajes; es una alternativa voluntariosa a la tozuda realidad que no cambia nuestros deseos; y, también, una respuesta visceral a la dogmática insolidaridad de nuestros socios del norte y al desencanto imparable que su actitud provoca en las naciones del sur sobre el presente y el futuro de la Unión Europea; acudiremos a nuestra cita con el aplauso diario a la abnegada labor de los sanitarios y de los profesionales de distintas áreas que velan con valor y responsabilidad por nuestra seguridad y aprovisionamiento; moveremos el recuerdo de los muertos próximos y conocidos y la nostalgia generalizada por gestos públicos que revelen que, en situaciones límites como la que vivimos, hay muchos valores por encima de la política y que "las políticas sin valores resultan tan costosas como inútiles", como recordó el inolvidable Tierno Galván.