Hace muchos años, cuando fui a ver el triste espectáculo de animales en cautividad, había unos lobos enjaulados que iban velozmente de un lado al otro del encierro, dibujando una especie de ocho y cruzándose entre ellos. Lo hacían con una obsesión terrible y con tanta insistencia que habían dibujado en el cemento de la jaula una especie de huella. El testimonio gráfico de su ruta maniática.

Nunca pensé que mi ciudad tuviera tantas azoteas. Estas últimas semanas las he descubierto, llenas de gente. Y mis vecinos hacen lo mismo que los lobos. Se ponen sus ropas de correr, sus cintas a la cabeza y sus cascos para escuchar música, y se ponen a dar vueltas de un lado al otro de la azotea.

Hay edificios donde la superficie disponible les permite recorrer una distancia digna de llamarse así, pero en la mayoría de los casos se trata de apenas unos pocos metros. Es como si corrieran de un lado al otro dentro de una jaula al aire libre. Como si fueran hamster vestidos de Nike que aceleran, sudando a mares, en una carrera tremenda pero sin moverse del sitio. Los padres, además, suben con sus hijos para darles clases de gimnasia y para que se desfoguen dándole patadas a una pelota que inexorablemente acaba cayendo a la calle.

Hay un sector de vecinos que, desgraciadamente, nos hemos abandonado al engorde. Hemos conquistado las azoteas pero con el mismo espíritu con el que vamos a cada momento hacia la puerta de la nevera. Un sicólogo diría que estamos sublimando el encierro y la incertidumbre con galletas, chocolate y cervezas. Nos lo dirían como reproche, pero yo conozco sicólogos que están como un rolo de platanera y no creo que sea del aire. Y le ponen eso de "sublimar" para hacerse los importantes, pero mi abuela, que nunca estudió nada, ya me decía cuando era pequeño que los nervios dan por comer. O sea, lo mismo.

Cada día hay nuevos tenderetes que esparcen por la zona el aire a carne de cochino a la parrilla. Cuando toca eso de aplaudir al personal sanitario hay gente que lleva ya como caja y media de cerveza, así que antes del ritual de ordenanza, para ir calentando, hay un entusiasta que le mete caña al equipo de música con el Resistiré del Dúo Dinámico. Y cuando termina, el himno a la lucha canaria, que siempre recoge más ovaciones de la vecindad entusiasmada.

El tiempo también se ha dado por notificado del aislamiento. Y en vez de tocarnos una semana santa de lluvia y nubarrones nos está restregando por el hocico un solajero tremendo. Muchos de mis colegas de azotea han tomado medidas extremas: piscinas de plástico. Si algún día el forjado cede por el peso, los bomberos encontrarán entre los felices escombros los restos de una masa de agua, cervezas, pinchos de carne en fiesta y aplausos.

¿Y quieren que salgamos el 26? A mí de la azotea me sacan a punta de pistola. Y primero tendrán que ampliar la puerta.