La sociedad de hoy se debate y se divide, cada vez más, en las reivindicaciones sobre lo que diferentes grupos sociales entiende por justicia social esto es: entre aquellos/as que construyen la falacia del hombre de paja inventando un adversario para dar peso y razón a sus argumentos, por muy descabellados que sean, y entre aquellos otros que sitúan las reivindicaciones desde una crítica universalista, es decir, poner en el centro el relativismo dominante de quienes se dedican al determinismo y no a la complejidad, al método y no a la descripción, a la ortodoxia y no a la alternativa.

El feminismo es de esos movimientos heterogéneos que no se han de circunscribir a lo singular, a lo simple, sino que se trata de un hecho complejo, multidimensional, lleno de aristas que lo permean de un carácter plural para no caer en la tentación de que hay un feminismo único que te da el carné feminista y el resto son fraudes.

La polémica discursiva está servida. Hay que tragar mucha bilis para poder digerir los actos y discursos políticos que se escuchan como verdades sacrosantas; muestra de ello uno de los eslóganes del feminismo liberal de la derecha: "Soy mujer y quiero liberarme del burka ideológico" o "No nacemos víctimas porque la victimización es el primer paso al dominio y al sometimiento". Es el machismo quien nos convierte en víctimas, no el feminismo por denunciarlo. Me gustaría pensar que estas perlas son simplemente producto de la típica necedad humana pero no, forman parte de un cosmos totalitario donde solo caben respuestas en vez de las preguntas; ajenos/as a uno de los objetivos principales del feminismo que es el aumento de conciencia de la identidad feminista, de la sororidad como proceso por el que las mujeres despiertan, a través del debate, de la escucha activa de todos/as, para provocar la discusión sobre esos basureros emocionales que guardamos muchas/os en nuestras entrañas alimentados por las desigualdades que perpetúa el sistema patriarcal.

En la actualidad, y a pesar de los avances sociales que ha promovido el movimiento feminista, las feministas despiertan sorprendentes sentimientos de aversión etiquetándose de feminazis simplemente porque la toma de conciencia no se entiende de manera colectiva, integradora, aquella que favorezca que tanto mujeres como hombres comprendan y defiendan que la sociedad será más justa e infinitamente mejor, si todos/as y cada uno/a de los seres humanos pueden gozar de la misma autonomía y libertad para realizar sus planes de vida, muy al contrario, se entiende y es calificada de sectaria, totalitaria y radical. Entonces, ¿de dónde surge esta continua burla, este cansino descrédito hacia el feminismo? Creo que la respuesta es obvia. Las mujeres han sido históricamente ignoradas, silenciadas y despreciadas y, en consecuencia, ¿por qué el feminismo, así como sus análisis y propuestas, no han de ponerse en tela de juicio desde su génesis?

El ascenso del fascismo, del discurso de la extrema derecha y la cuestión de poder, del dominio a través del conflicto y la violencia, va a suponer desandar mucho de lo que se ha conquistado en cuanto a derechos sociales, pero no hay que olvidar que la educación, las políticas públicas han de ser esos puños que golpeen y cierren bocas a aquellos/as que se mofan, aborrecen, odian, la mirada de género. Han de generarse estrategias políticas inviolables porque ser mujer significa ser el objetivo de muchas violencias: simbólica, física, psicológica, institucional, económica, para definitivamente poner bozales a aquellos/as que no participan de un Estado que por esencia debe generar la sororidad global de los géneros porque es lo razonable en un mundo que busca la igualdad, como el/la zahorí que busca el agua para saciar la sed de la tierra, la belleza de lo humano, la dignidad del "yo ciudadana", el ethos de una sociedad genuinamente libre de todo poder para no dejar sin voz a quienes disienten o, mucho peor, sobran según la lógica de la universalización totalitaria. Entonces, insisto, queremos una sociedad libre, feminista, igualitaria o aquella que autoproclama, a bombo y platillo, la destrucción de políticas bajo un enfoque moral perverso que lo único que hace es que se pervierta el debate público sobre una cuestión, el feminismo, que aún hoy no acaba de conciliar posturas porque las reivindicaciones se instrumentalizan entre feministas de derechas, feministas de izquierdas o feminazis, olvidando lo que realmente importa, la "desilenciación femenina" (Aguilera, 2009).

La estabilidad democrática, en términos políticos, no conviene a las élites y menos ofrecer un sorbo de gratitud a las cuestiones que tengan que ver con la humanidad, con el género, el feminismo y la no violencia y precisamente por eso es necesario salir a las calles para que las voces de las mujeres, tantas veces veladas a lo largo de la historia, se conviertan en un instrumento esencial en la lucha por la igualdad puesto que para que un movimiento político y social pueda avanzar es necesario provocar la conciencia plena ciudadana sin miedo, sin silencio sino con ganas de vivir gritando que nos sobran motivos para inundar las calles.