Hubo un tiempo en el que Canarias padecía enormes carencias en el suministro de agua. En ocasiones, incluso en las islas húmedas, se producían restricciones al consumo en poblaciones para las que no había abasto suficiente. Y se derivaba agua de la agricultura al consumo humano, que era prioritario. Entonces no existía el cambio climático, así que no se le podía echar la culpa al calentamiento global.

La puesta en marcha de desaladoras, de depuradoras que recuperaban el agua residual para uso agrícola o de balsas donde se almacenaban los excedentes, nos situó en un aprovechamiento más adecuado de un recurso escaso y el problema pareció superado. Hoy el fantasma de la sequía vuelve a aparecer ante nosotros. Y enseguida, como en el caso de las microalgas, echamos manos del tópico del maligno cambio climático como la explicación de todos los males.

Es verdad que hemos perdido masa forestal. Pero es más verdad que más allá o más acá de que el clima esté cambiando, el número de personas que vive en Canarias se ha multiplicado de una forma abrumadora. El crecimiento demográfico del archipiélago ha sido muy superior a la media del Estado. Y ello, además de tener repercusión en la ocupación del territorio, de las infraestructuras y de los servicios, también tiene consecuencias en el incremento del consumo de agua.

Y aquí estamos, otra vez, ante la sequía, que vuelve de visita. Y aunque parezca un dickensiniano fantasma de las navidades pasadas no es más que otra manifestación emergente del mismo problema de siempre. El que nos hace padecer unos salarios raquíticos que se deben al exceso de mano de obra disponible. El que se retrata en un paro que duplica la media nacional. El que se atisba mirando la debacle de un territorio ocupado, sin orden ni concierto, por cientos de miles de viviendas, en su mayor parte construidas desde la anarquía urbanística. El que intenta superar agónicamente una administración que hace colegios en barracones -pomposamente llamados aulas modulares- en carreteras que se atascan nada más acabarse, en ayudas para salvar a miles de familias que no encuentran la manera de prosperar y en una economía productiva que ha superado hace ya tiempo la carga de población que puede absorber.

Hay lugares intensamente poblados -Singapur, Hong Kong- que son muy ricos. Y otros --innumerables- prácticamente despoblados, que son muy pobres. La riqueza y la prosperidad de los habitantes de un territorio no está en función de su densidad o su número: está en función de su economía, de su modelo productivo y de los recursos que genera, una parte de la cual se puede dedicar a satisfacer las necesidades de abastecimiento, transporte y calidad de vida de los residentes.

La disonancia entre la riqueza que genera Canarias, además de su mala distribución, y la población de aluvión que ha generado en muy pocos años, está en la raíz de todos estos problemas emergentes. Y como malos médicos, confundimos los efectos con la causa. Igual porque nadie quiere hablar de una verdad incómoda.