El 14 de febrero de 2019 fue jueves. Inspirado por el espíritu de Chesterton, Pedro Sánchez dictó una orden. El Gobierno de España anunció que reconocía "oficialmente" al presidente de la Asamblea Nacional venezolana, "el señor Juan Guaidó" como presidente de la República de Venezuela. Y que su "legitimidad democrática" emanaba de "su condición de presidente" del parlamento. Un año después, Guaidó ha sido rebajado, también oficialmente, a la condición de líder de la oposición de su país. El nuevo gobierno de España le ha despojado de la púrpura del poder con la misma inexplicable displicencia con la que lo invistió.

Que Guaidó fuera reconocido como presidente fue una enorme anomalía. Si se quiere, un brindis al sol. Porque el presidente de la dictadura bolivariana en febrero del 2019 y en febrero del 2020 sigue siendo el mismo, Nicolás Maduro, el feliz conductor de guaguas que conduce el país con mano firme hacia el precipicio social. ¿Qué ha cambiado en solo un año para que donde se dijo una cosa se diga hoy la contraria? Todas las miradas apuntan a la presencia en el gobierno de Pablo Iglesias, cuya génesis política -y la de Podemos- está íntimamente vinculada al apoyo económico de la dictadura bolivariana. Hasta el nombre elegido para el partido que nació en el caldo de cultivo de los indignados del 15-M es igual al de Podemos de Venezuela, un partido de izquierdas, escindido del Movimiento al Socialismo (MAS), presentado 22 de abril de 2003 con un acto de masas en el Poliedro de Caracas.

Sin descartar la influencia de Podemos en el actual gobierno español, el cambio radical en la posición del PSOE con Guaidó puede estar más vinculado al pragmatismo. Hace un año Guaidó parecía el claro ganador de un proceso en el que los militares abandonarían a Maduro a su suerte debido a las influencias, presiones o incentivos económicos de la oposición y de Estados Unidos con una parte importante de la cúpula del Ejército. Aquella expectativa se esfumó. Los dirigentes bolivarianos fueron capaces de "mejorar las condiciones" que les ofrecían a sus militares. El régimen apoyado en las bayonetas se recompuso y el efecto Guaidó se desinfló.

Como bien dice Jean Francois Revel, la primera de las fuerzas que mueve el mundo son las mentiras. Y sobre Venezuela se sigue edificando una gigantesca falsedad. Al mundo occidental no le conmueve la tragedia de una sociedad empobrecida, un país en ruina y una libertad demolida. Lo que mueve a las grandes potencias del planeta es el interés económico por aprovecharse de los restos del naufragio de lo que fue uno de los países más ricos de latinoamérica.

No existe ninguna solución externa a los problemas internos de la república. La sociedad venezolana, esquilmada por sus grandes partidos tradicionales, Adeco y Copei, estragada por la corrupción política y sus grandes bolsas de pobreza, creyó de pies juntillas el mensaje revolucionario de aquel mesías llamado Hugo Chaves. El carismático líder bolivariano se convirtió en un profeta electo y, con el tiempo, en una caricatura de sí mismo. Venía a cambiar la corrupción de la política dominante pero en su entorno se consolidó la mayor corrupción institucional de un régimen que siguió enriqueciendo, pero solo a generales y revolucionarios designados para puestos de gestión.

El modelo comunista al que derivó Chaves, con nacionalizaciones arbitrarias y destrucción del tejido productivo privado, obtuvo los acreditados resultados del socialismo real: la liquidación de la riqueza social, la extinción de las clases medias, la huída de los capitales y de los ciudadanos desposeídos y la ruina general de la capacidad productiva de un país que por no poder ni siquiera es capaz de refinar y comercializar sus grandes reservas petroleras. La política monetaria está gestionada por expertos en el Monopoly. Las reservas de oro se están malvendiendo. Y todo el país es un gigantesco desastre de gestión.

Las presiones económicas internacionales al régimen de Maduro contribuyen a la miseria de la sociedad. Pero al mismo tiempo,se padece la impotencia de ver como los líderes de la oposición son represaliados, detenidos, torturados o asesinados por los paramilitares del régimen o la siniestra policía política -el Sebin- que siempre acompaña a las dictaduras de cualquier ralea. ¿Cómo se puede cambiar esa realidad? Sólo existe un camino y pasa por el propio pueblo venezolano. No existe ninguna otra manera. No, desde luego, que surja de ese prepotente país norteamericano autodesignado el gendarme del planeta, ni de una ONU dividida e inútil, ni de la alianza de las democracias latinoamericanas. La dictadura bolivariana tiene que extinguirse por la voluntad de una sociedad cada vez más desengañada y harta del experimento que una vez aplaudió con las orejas.

El escandaloso cambio de España no obedece a una nueva estrategia que busque una salida mejor a la tragedia de Venezuela. Es, simplemente, un reacomodo interesado. Maduro no va a caer y donde dijimos digo decimos Diego. Porque se puede ganar más con quien va a seguir en el poder totalitario que con quienes luchan por la restitución democrática. Y porque la segunda fuerza que mueve el mundo, en estrecho matrimonio con la primera, que diría Revel, es el dinero.