Canarias tuvo casi setecientos mil turistas internacionales menos el año pasado. Lo consideramos un precio aceptable después de las previsiones catastrofistas que se hicieron tras la quiebra de Thomas Cook. Probablemente tan absurdo era pensar antes en una catástrofe apocalíptica del turismo como deducir ahora que no pasa nada y que todo va divinamente.

Las Islas han estado viviendo una burbuja turística con los pies de barro. Tarde o temprano tenía que pinchar. Nos estaba llegando un turismo prestado como consecuencia de la huida de visitantes de mercados competidores del Mediterráneo, como Egipto, Túnez o Turquía, debido a esa funesta manía que tiene la gente de intentar salvar el pellejo no yendo a lugares donde les pueden volar el hotel o ametrallarles en la playa cuando están toman el sol. El miedo es muy libre. Y en su momento, nos benefició. Pero ahora las cosas están regresando a la normalidad.

Esa inevitable realidad, la recuperación de destinos que pasaron la cuarentena del pánico, va a coincidir con graves turbulencias económicas. El frenazo de la economía europea no es ya ninguna noticia. Y las consecuencias de la traumática salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, con ese clon de Trump que es el señor Boris Johnson, aún están por verse. Entre ellas la previsión de una caída de la libra ante el euro, que vaticinan algunos expertos como una primera consecuencia, temporal pero inevitable, del desgarro de ambos mercados.

Todo esto hace pensar que nuestro Archipiélago se enfrenta a la posibilidad de seguir perdiendo visitantes extranjeros hasta regresar a las cifras que teníamos antes de la inflación producida tras las primaveras árabes y los follones en países que compiten directamente con nosotros. Ante eso podemos hacer bastante poco, excepto confiar en nuestra fortaleza como destino. Y en que los ciclos son exactamente eso: modas que unas veces hacen que el viento sople a favor y otras en contra.

Es mucho más preocupante que ante ese panorama, en nuestra tierra surjan voces —viejas conocidas— que hablan de moratoria y de turismofobia. Alucina que un proyecto que crearía 1.500 puestos de trabajo en Arico, con cuatro hoteles de cinco estrellas gran lujo, se vaya a freír puñetas ante la indolencia oficial y una burocracia permeable a las tesis medio ambientales de quienes defienden las cochineras y los basureros. O que se esté hablando otra vez de la política de "ni una cama más", cuando traducido al mercado del trabajo estamos diciendo "ni un empleo más".

Canarias vive de la venta de servicios turísticos. Lo hizo en el pasado, lo hace ahora y lo hará en las próximas décadas. Nadie ha puesto sobre la mesa una alternativa diferente, ni una transformación creíble de nuestro sistema productivo. Es posible que alguna vez seamos una potencia comercial librecambista, un nudo comercial tricontinental y la joya de la corona de las relaciones comerciales con África. Pero eso, hoy, es un cuento chino. Y cuando bajan las cifras de turismo, suben las cifras del paro. Este año, otra vez, nos daremos perfecta cuenta.