La entrevista de ayer entre Pedro Sánchez y Quim Torra, una obra de teatro político en un acto, es la consecuencia necesaria de los pactos de la investidura. Un gesto que algunos consideran irrelevante -o sea, pura imagen- y otros una claudicación peligrosa ante el soberanismo. El teatro es ficción, pero a veces representa perfectamente la realidad.

Que el PP o Ciudadanos no apoyaran, con su abstención, un gobierno en minoría del PSOE, ha provocado que la socialdemocracia española se haya abalanzado hacia la extrema izquierda y sus aliados independentistas. Un viaje inquietante que ha despertado la preocupación en muchos viejos socialistas. Y que beneficia a una oposición irresponsable y con muy poco sentido de Estado, que se alegra de haber empujado a un partido estructural de la democracia española hacia el extrarradio de la moderación.

No existen actos sin consecuencias. Y ya estamos empezando a ver los primeros efectos perversos de la alianza oportunista que hizo presidente a Sánchez. El té con pastas con Quim Torra es una foto para un independentismo que necesita alimentar su imagen. La cesión de la caja de la Seguridad Social al País Vasco es una claudicación ante la poderosa y discreta maquinaria del PNV que prefiere los hechos a un marketing político que no necesita.

En Moncloa se celebra como un éxito que se haya producido una grieta entre los independentistas catalanes, seduciendo a Esquerra Republicana con la presidencia de un futuro gobierno autonómico de pacto. Pero lo que nadie se ha planteado es que ese acuerdo abre una tercera vía aún más preocupante que la inútil declaración unilateral de independencia. Porque ésta es un callejón sin salida y aquella es una autopista

La única vacuna posible que la actual cúpula del PSOE contempla para la gran crisis de Cataluña es el federalismo. Es, además, lo que defiende con uñas y dientes el Partido Socialista de Cataluña como una "nueva solución" para aplacar el tsunami independentista. El Estado de las Autonomías es un estado federal. Pero de lo que estamos hablando es de la cesión de más recursos y poder -de más dinero y soberanía- a las comunidades ricas. Darle a más territorios la soberanía fiscal, económica y política que hoy tiene el País Vasco, para conformar una administración central mucho más débil.

Gato blanco, gato negro, lo que importa es que cace ratones. Hay diferentes formas de estados que funcionan. Pero el cambio hacia el que viaja este país, por la vía de los hechos consumados y las cesiones consumidas, no nace del consenso ni pretende mejorar la vida de todos: es un apaño político provocado por la coyuntura. Una España más federal supone cambiar las reglas del juego. Provocará que cada territorio viva de sus propios recursos y extinguirá paulatina e inexorablemente la actual solidaridad entre las regiones más ricas y las menos favorecidas. Que ése sea el modelo defendido hoy por la izquierda española demuestra hasta qué punto la ensoñación sentimental del patriotismo ha pervertido los principios de la justicia social que antes defendía la socialdemocracia española.