En Canarias existen numerosos objetos y procesos sobrediagnosticados: los guachinches, las murgas, las políticas culturales, el CD Tenerife, los escotes navideños de Eloísa González, la UD Las Palmas, las cervezas y las areperas locales y una larga lista a la que al parecer se debe incorporar ahora a Coalición Canaria gracias a un montón de coalicionólogos sobrevenidos que se han multiplicado por el voto de Ana Oramas contra la investidura de Pedro Sánchez. Cuando finalmente a Oramas le pusieron como castigo una multa -lo que se suele hacer con el 95% de los diputados indisciplinados- miles de ciudadanos se disgustaron profundamente: soñaban con una Oramas expulsada entre escupitajos de CC y paseada sobre un carromato, después de pelarla al cero, por la carrera de San Jerónimo. Pero lo que ocurre no es demasiado complejo.

Coalición Canaria fue desalojada muy ampliamente del poder. Seis meses después cabe señalar que no existe ni rastro del supuesto régimen que había articulado durante un cuarto de siglo para su perversa autorreproducción en el poder. El régimen de CC no existió jamás. Régimen es el del PNV: con un periódico (Deia) abiertamente nacionalista y ELA, un potente sindicato "nacional y de clase", con las patronales gobernadas por empresarios nacionalistas y una extensa implantación en la sociedad civil - clubes deportivos, sociedades gastronómicas- el PNV pudo sobrevivir los tres años de Patxi López como lendakari, y volvió al poder como si tal cosa. CC, en cambio, fue absolutamente incapaz de insertar su proyecto político en espacios sociales y culturales para sostener su oferta de un nacionalismo moderado en la construcción de un nacionalismo cultural. Las élites empresariales de las islas jamás han sido nacionalistas ni les ha importado un higo pico ningún nacionalismo: otra cosa es que determinadas exigencias y propuestas de CC -como de NC- coincidan con sus intereses, como coincidía grosso modo la modernización económica que vivió el archipiélago desde los años setenta hasta principios del siglo XXI. A los dirigentes coalicioneros los que les preocupaba era ocupar los despachos y diseñar los presupuestos públicos: el trabajo de hacer país -que es como los nacionalistas suelen llamar a ocuparse pacientemente a confundir los intereses de la comunidad con los del propio nacionalismo- se les antojaba una tontería ilusoria y escasamente pragmática. "Tengo el BOC", le escuché una vez a un presidente del Gobierno, "¿para qué quiero un sindicato?".

Y precisamente esa circunstancia -fuera de las instituciones y despachos CC se afantasma rápidamente- condiciona las dinámicas entre los dirigentes de la organización y su paulatino enfrentamiento: a un lado, los que estiman que CC debe mantenerse como una fuerza ocupada en su supervivencia y que recupere la centralidad del sistema político canario; por otro, los que creen que en cuatro años estarán moribundos, y que se debe pactar ahora con NC, acelerar una confluencia nacionalista y transformarse a medio plazo en socios del PSOE para disputar un día la hegemonía electoral. Los primeros, tinerfeños y palmeros, los segundos, los majoreros y parte de conejeros y grancanarios. A su vez estas posiciones se convierten en cartas de navegación e instrumentos de presión en el Consejo Nacional de CC el próximo mayo, donde, por primera vez, la sangre puede llegar al barranco.