El pasado uno de enero comenzó una nueva década, que esperemos sea tan buena como la que acabamos de despedir. Hemos disfrutado de unos años muy positivos en términos de rentabilidad, a pesar del ejercicio 2018, que pasará a la historia como uno de los peores para los mercados financieros. Pero cierto es que el 2019 no solo lo compensó con creces, sino que nos recordó algo que hemos mencionado en reiteradas ocasiones: las carteras se plantean a largo plazo, respetando la tolerancia al riesgo de cada inversor, teniendo un plan y una estrategia que nos persuaden de tomar decisiones irreflexivas, llevados por nuestros impulsos.

Tras la sucesión de varios ejercicios en positivos, es habitual encontrarse con discursos que alertan de esta circunstancia, que hablan de incluso de "vértigo", como si en algún sitio estuviera escrito el número máximo de ejercicios en positivo de los que los mercados financieros pudieran disfrutar, y que llegados a este, todo lo demás se construyera sobre una base inestable, cual equilibrista sobre su alambre cercano al desastre.

Naturalmente esto no tiene por qué suceder -más allá de cisnes negros-, y los mercados pueden seguir mostrando comportamientos positivos. El mundo cambia, la economía también, y obviamente también lo hacen los mercados.

Tal vez, más que hablar de mercados sería más afinado hablar de sectores o tendencias que a estas alturas del milenio resultan evidentes. Si bien a principios del siglo pasado la inversión en ferrocarriles pudo parecer una apuesta segura en un contexto en el que este estaba vertebrando las comunicaciones de algunas naciones, hoy en día existen equivalentes que merecen ocupar un puesto relevante en las carteras de inversión.

No estoy hablando de modas, sino de industrias, sectores, tecnologías con aplicaciones ciertas y efectivas en nuestros días, y que sin duda serán las máximas protagonistas en nuestra vida futura. Además, tampoco debemos asociar la tecnología a burbuja, puesto que el contexto actual no se parece en nada al que vivimos a principio de la década de los 2000. No estamos hablando de invertir en los próximos unicornios.

La lista a continuación no pretende ser exhaustiva, pero sí puede resultar amplia. Sería inmanejable incorporar a nuestra cartera de inversión una línea por cada uno de sus componentes, pero afortunadamente la industria financiera prevé soluciones para este caso.

Así, podemos hablar de temáticas relacionadas con el medio ambiente, energías renovables y eficientes, vehículos eléctricos, agua, tecnología agrícola. También con nuestro bienestar, envejecimiento de la población, tecnologías aplicadas a la salud y medicina. Por supuesto todo lo relacionado con la robótica, internet de las cosas, inteligencia artificial, automatización, comercio electrónico y nube, semiconductores y nanotecnología. Y cómo no, todo lo relacionado con el big data y su aplicación, que afecta desde sectores relacionados con el turismo (sector hotelero, transporte aéreo), con las finanzas (banca y seguros), o al comercio (plataformas y distribución). Contenidos, juegos, social media, ciberseguridad?

Debemos invertir pensando en el futuro de las decisiones presentes, tratando de entender la realidad y pensando en el largo plazo, trazando estrategias definidas y coherentes.