El dirigente de la ultraderecha en el Parlamento español abrió su explicación de por qué no iba a apoyar la investidura de Pedro Sánchez (lo llaman "señor Sánchez", imagino que para significar que no es nadie, como aquel "señor García" de Adolfo Marsillach) recitando hechos violentos contra mujeres protagonizados por extranjeros pobres.

Resultó que esa lista era errónea. Y, además, son más los españoles que los extranjeros que delinquen en ese tan delicado ámbito. El dirigente citado es español, y está trabajando para que España, sea otra vez como la del Cid. El siglo XXI, tras la guerra cruenta y la cruel y también cruenta posguerra, acoge en nuestro país esta xenofobia como si fuera un accidente más de la democracia.

Lo es, es un accidente de la democracia. Pero hay memorias de otros accidentes así que tuvieron un terrorífico desenlace humano, no tan solo político o histórico. Fue cuando, después de una serie de incidentes electorales que pusieron a Hitler en el poder, el bárbaro dirigente nazi instó el exterminio de los judíos de Alemania. En Alemania muchos miraron para otro lado, incluso cuando la barbarie llegaba a las puertas de sus vecinos.

La estrategia era difundir que los judíos eran contrarios a lo que significaba la sagrada patria aria, no se debía comprar en sus comercios, ni hacer negocio con ellos, sus niños no podían ir a las escuelas donde iban los niños arios; todo ello, en nombre de la pureza que se le debía a Alemania y a su historia ancestral. Aunque allí no tuvieran Cid, Hitler se propugnaba a sí mismo como el Cid de Alemania. No hizo gracia, pero fue tolerado hasta que tocó los intereses de las grandes potencias, que por otra parte no habían renunciado a comercio o armisticios con semejante bárbaro.

Leer ahora, de nuevo, esa historia levanta la estupefacción y el miedo, porque esa no es de Alemania y de los judíos, exclusivamente, es el núcleo de la historia universal de la xenofobia y sus peligros la que aquí se pone de manifiesto. Y a la vista está que esa memoria no ha pasado de largo y se ha olvidado como se olvidan las nubes de un instante a otro. La xenofobia está entre nosotros y en lugar tan preclaro como el Parlamento español se subió en persona a decir unos cuantos hechos que trataban de poner el foco sobre personas que trabajan a nuestro lado, son nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros compañeros, víctimas de la sospecha ¡de no ser españoles!

Escribo todo esto bajo la intensa impresión de una lectura que debe ser obligatoria para todos los ciudadanos españoles o de cualquier parte, y sobre todo para políticos, ligeros o no, xenófobos o no, y para periodistas, sobre todo para periodistas, porque es un ejemplo de gran reportaje sobre el hecho más grave de nuestra época: cómo la xenofobia destruye un país, destruye millones de vida, de alemanes judíos y de alemanes no judíos, víctimas de una ocurrencia que va ganando virulencia hasta que llega el estupor de la guerra creada por la paranoia del ciudadano más dañino del siglo veinte.

El libro es Los amnésicos de Géraldine Schwarz, publicado por Tusquets. Ella es, cuenta la editorial, periodista y realizadora francoalemana, y ahora trabaja en una investigación en los archivos de los servicios secretos federales. Está escrito con la contundencia de una historiadora y la pericia y el ritmo de una periodista. Ha escrito un relato en círculos concéntricos; comienza con lo que su sucedió en su seno familiar en la ciudad de Mannheim. De ahí parte para, en círculos concéntricos, ir y volver de lo doméstico hasta llegar a las alturas mayores, y aún más espeluznantes, de esta cruel experiencia.

La persecución de los judíos subió como una incitación a la autoestima alemana, prosiguió como una persecución racial e incluso comercial ("¡Alemanes, defendeos! ¡No compréis en las tiendas de los judíos!") y tuvo su punto culminante, como aviso radical, sangriento, en la Noche de los Cristales, cuando "miles de comercios judíos fueron saqueados y las calles de los cristales de su escaparates". Lotte Kramer, la hija de judíos perseguidos de Mannheim, le dice a Gèraldine Schwarz: "Habíamos recibido la llamada de un tío que vivía delante de la sinagoga, donde se encontraba también nuestra escuela. Le dijo a mi madre: ´¡No mandes a tus hijos a la escuela! ¡Los edificios están ardiendo!` Mi padre recibió un mensaje que decía que era mejor que desapareciera durante un día; se escondió en el bosque. (?) Por primera vez, había tenido realmente miedo".

La historia da miedo. A la oscura luz de lo que se escuchó el otro día en el Congreso, ese miedo puede ser hoy parte de todos nosotros. Conviene detener la amnesia española de estos líderes tronantes y recordarles que este país inmaculado con el que sueñan no lo fue nunca y recurrió a aquella Alemania terrible para ganar la guerra cuyo triunfo ellos reivindican.