En este final de año con sonsonete catalán, nada es insustancial, incluidas las idas y venidas rodeadas de un secreto con caducidad. Es el caso del pulso de Ryanair en Gerona, el anuncio navideño de Codorniu o el Clásico Barça-Madrid.

La controvertida aerolínea irlandesa, que tiene en España uno de sus principales mercados (con una cuota del 19%), es líder por sus bajos precios entre las low cost europeas.

En esta ocasión, la trifulca es con los empleados de su base de operaciones en Gerona, a los que la compañía había enviado una carta novando sus contratos, que pasan de ser fijos permanentes a fijos discontinuos, es decir forzándoles a asumir el contrato en vigor, sin admitir condiciones.

De los 164 trabajadores que trabajan en esa base, una de las principales en Europa, la mayoría optó por firmar el nuevo contrato que les propuso la aerolínea para no cerrar la base, sin hacer observaciones, en tanto que la tripulación de cabina de pasajeros y la mayoría de los 20 pilotos, con base en Gerona, adjuntaron un anexo al contrato, manifestando que lo aceptaban, pero que no daban conformidad a sus términos porque alguna de las cláusulas no se adaptaba a la legislación española.

El quid de la cuestión radica en que Ryanair, que se mueve desde y hasta 200 aeropuertos europeos, no opera en un libre mercado, se mueve con un margen muy reducido y genera impacto económico allí donde vuela.

Esto explica que los gobiernos regionales y ayuntamientos auxilien a la compañía. Quienes están de acuerdo con las "benditas" subvenciones, opinan que Ryanair crea empleo y genera riqueza y por tanto, merece las mismas gabelas que Air Nostrum y Vueling.

Los contribuyentes de las zonas donde tienen sus bases opinan que deberían contribuir también los que se benefician del flujo de turistas (hoteles, restaurantes, alquiler de coches, taxistas, comercios e incluso gente que alquila apartamentos). Y de paso, ir eliminando subvenciones (impuestos de todos), que no van realmente a la empresa, sino mayoritariamente a los clientes (unos pocos) que usan el avión a menor precio.

En su opinión se trata de modelos de negocio que no son sostenibles ni para los trabajadores ni para las regiones, al tratarse de un turismo barato y destructivo.

La Generalitat no ha rechistado, porque sabe que las empresas no están para perder dinero. Y los gironinos -vibrante bastión secesionista- ya se cuidan de no decir lo mismo que se atreven con la Metrópoli: "se hace lo que queremos o se hace lo que queremos". Así que ni pío.

Codorniu fue una de las 5.500 empresas que, "ante la situación de incertidumbre política y jurídica en la que se encuentra sumida Cataluña y con el objetivo de garantizar los intereses de sus trabajadores y clientes", cambió su sede social de Barcelona (donde llevaba implantada desde 1551) a La Rioja.

Poco tiempo después, los divididos propietarios de las bodegas vendieron el 68% de la empresa a un fondo americano, Carlyle, quedándose cinco ramas familiares, que suman 150 Raventós, con el 47% y la dirección de la empresa.

Los anuncios del cava catalán han sido una tradición ininterrumpida en las navidades españolas. El reclamo de este año, reza literalmente: "No, la Navidad no se hace sola. Se hace con dedicación, con paciencia, y con mucho cariño, como merecen todas las cosas que valen la pena. Por eso cada año lo volvemos a hacer, tanto tú como nosotros. Codorníu. Feliz Navidad".

Y esas cuatro palabras, "lo volvemos a hacer", han levantado ampollas, pues se han interpretado como un guiño al independentismo, generando una polémica que se mezcla con el ruido que provoca lo que tenga que ver con el procés. Los que llaman al boicot a esa marca, las identifican con las del malhadado sortilegio indepe: "lo volveremos a hacer".

No parece ser un error, sino más bien una maniobra oportunista del publicista que ha buscado notoriedad con la jugarreta del equívoco. Como suele ocurrir, en la compañía han faltado los reflejos, limitándose a negar intenciones políticas: "somos viticultores, no políticos".

Después del gol por la escuadra, merced a la torpeza mezclada con astucia; la empresa, que ha mantenido el ambiguo anuncio, se apuntará un hat trick, por los efectos que sobre las ventas tendrá otro error: el boicot.

Porque ¿qué culpa tendrá una mayoría de catalanes, eso sí, silenciosos, de lances tan desdichados? Al confundirse lo catalán con lo independentista, les tocará pagar el pato de consumidores constitucionalistas que han salido en tromba, avisando que esa marca se quedará en las estanterías: "España no roba, pues ahora, tampoco os compra".

Una autodenominada plataforma independentista, que no figura en registros públicos ni identifica a sus rectores, anuncia que tiene previsto llevar a cabo un acto de protesta contra la sentencia a los líderes del procés coincidiendo con el Clásico en el Nou Camp.

A los evangelistas del secesionismo les ha sabido a poco que el Barça luzca -con garbo y Messi- una camiseta amarilla por los campos donde juega, estandarte que coadyuva a la denuncia de la existencia de presos políticos en España.

Ahora quieren dar un salto cualitativo, aprovechando la repercusión mundial del Barça-Madrid y el poder de la televisión, para difundir el lema que patrocinan: Spain, sit and talk.

Se pasa de puntillas por el anonimato de los convocantes de las protestas, lo que resulta inaceptable en una sociedad democrática, en la que todo el mundo debe responder de sus actos. Aunque esto no deja de ser un cortinaje interesado, porque quien lo tiene que saber sabe de sobra quien mueve los hilos de la plataforma.

En esta politique du pire, como método de protesta; a la que asiste la población entre divertida y atónita, intrigada por saber cual será la próxima "hazaña", aireada por medios que sirven como vehículo difusor para la promoción de colapsos en aeropuertos y autopistas; nada es imposible pues en este un guion nada es seguro: que los jugadores lleguen al estadio, que el partido se juegue, que el árbitro no se vea obligado a detener el encuentro o que el césped sea invadido por los miles de aficionados que tienen ya en el bolsillo un billete, llamemos, "ideológico".

El anfitrión, que criticó en su día la sentencia del Supremo y cuenta en su directiva con gente sensata, ha decidido no ceder a las presiones, lo que equivale a no permitir pancartas independentistas en el campo.

Lo que le habría movido al club a no convertirse en vehículo propagandístico de un movimiento anónimo es la imagen en el extranjero (donde se juega el 93% de sus ingresos), habida cuenta que se calcula en 650 millones las personas que en todo el mundo seguirán el partido por televisión.

Toca esperar y ver cómo se desarrollan los acontecimientos. De momento, lo que consta es que un grupo virtual altera las rutinas deportivas y quiere valerse de la globalización para hacer propaganda soberanista, al tiempo que les advierte a los dos clubes que no se preocupen porque si hacen lo que ellos dicen no tendrán problemas que lamentar.

La política, apareada con el fútbol, el cava y los aviones. Desde las cuestiones más nimias a las más trascendentales, todo sometido a la gran lupa del proceso. Nada resulta anodino