Lo que van a leer es la peor pesadilla posible. La vivió una mujer de Las Palmas de Gran Canaria madre de hijos adultos, alejada de ese mundo. Una madrugada de hace 10 años el estruendo de dos puertas de seguridad arrancadas a golpes, a patadas, invadió el dúplex de una amiga en el que ocasionalmente durmió esa noche. Estaba sola en la casa. Tras el derribo de las puertas una docena de Policías Nacionales corrían por la vivienda zarandeando a la señora que, aterrada, fue esposada en su cuatro al tiempo que le pedían lo que ella ni tenía ni sabía. Buscaban droga; el paquete que decían tenía previsto llevar a una amiga a Barcelona en el primer vuelo de la mañana. Eran las cinco y media, amaneciendo. A la detenida le permitieron realizar una llamada y entre llantos comunicó con su cuñado que no daba crédito a su relato. La mujer no dejaba de repetir que su detención era un error; la interrogaban sobre personas que no conocía y finalmente acabó en una prisión de Madrid por tráfico de drogas, no sin antes dormir una noche en las dependencias policiales del aeropuerto grancanario donde la trasladaron los efectivos policiales.

Cuando la familia contrató a un abogado se supo todo. Una amiga de la niñez, la dueña del dúplex con la que mantenía una buena amistad, se enteró de que viajaría a Barcelona y le pidió que le llevara un paquete al socio de su marido que la esperaría en el aeropuerto. Sin problema. A las dos les habían intervenido sus teléfonos; por eso la policía supo que una volaría a Barcelona en el primer vuelo y pudo abortar la operación.

El tipejo era un reputado traficante de droga cuya actividad delictiva desconocía hasta su mujer, aunque yo lo dudo.