La historia se repite. Cual permanente día de la marmota, reviso con estupor algunos programas electorales en materia económica. Por si la historia reciente de nuestro país no nos hubiera dado las suficientes pruebas sobre lo que no funciona, parece que muchos se abalanzan al "esta vez sí": tras comprobar que el aumento del gasto no conduce necesariamente a la mejora de la actividad económica ni al crecimiento, muchos proponen doblar la apuesta. El resultado será, naturalmente, el esperado: lo único que se doblará serán el déficit y la deuda. Así que permaneceremos igual o peor, pero más endeudados.

Y estas propuestas tan poco imaginativas se pretenden financiar, adivine, con más impuestos. Eso de la eficiencia o racionalización del gasto es para países civilizados. Aquí calan más la demagogia y el despilfarro, que siempre arrojan mejores réditos para quien tiene la llave de la caja. Caja que financiamos con nuestros ahorros, con nuestro esfuerzo.

De argumento indispensable por estas fechas proponen, cómo no, que esa subida de impuestos no afectará a todo el mundo, solo a los ricos, a los que más tienen y soflamas por el estilo. Basta una sencilla comprobación del peso de estos y la recaudación que de ellos se obtiene para ver que es sencillamente imposible que esos aumentos del gasto sean financiados por aquellos. Así que como siempre, todos acabaremos pagando el pato.

Y en línea con lo anterior, no podría faltar el furibundo ataque a las SICAV (también a las SOCIMI), tachándolas de fraude, ilegales, y en el colmo del paroxismo fiscalpopulista, tachándolas de opacas. Que sean sociedades de capital, cotizadas y auditadas, y a cuya información pública puede acceder quien quiera en cualquier momento, les debe resultar a algunos una tarea inabarcable. Prefieren tocar de oídas.

La última estadística que he leído sobre el perfil del ahorrador en nuestro país muestra un ligerísimo avance en el porcentaje de ahorradores. Un 67% de la población ahorra algo de dinero cada mes de forma estable, frente al 33% que reconoce no ahorrar nada. La fuente de ese ahorro es el recorte del gasto y consumo, gastar menos de lo que se ingresa. He aquí la verdadera austeridad, el sacrificio y la racionalidad económica, porque las familias no pueden caer en déficit o endeudarse hasta el infinito.

Así que en lugar de castigar el ahorro, premiémoslo. Hagamos que todo el mundo tenga su propia cuenta SICAV. Que todo el ahorro tenga un tratamiento fiscal razonable, no confiscatorio. Que las distintas alternativas de inversión sean neutrales desde el punto de vista fiscal. Que la tenencia de ese ahorro -que ya ha tributado en su constitución- no sea castigada. Que legar ese ahorro -doblemente fiscalizado- no sea incautado por alguien al margen de su legítimo propietario.

El ahorro es la fuente del crecimiento, de la solvencia, de la estabilidad, y permite sobrellevar los periodos de crisis con mayor seguridad. Da libertad y es imprescindible desde el punto de vista provisional, para complementar nuestra pensión pública.

Esperemos que entren en razón y, en lugar de castigarlo, lo respeten.

*EAFI