De pura resaca electoral. Los ánimos de los partidos rompieron con gran énfasis y entusiasmo las fronteras de los frutos que recogieron. Todos han dicho que triunfaron, a la vez que escondían sus fracasos disfrazados en las palabras de siempre, vacías y plenas de retóricas indefinidas.

Los que han competido por tener presencia en el Congreso y el Senado españoles se encuentran con la única realidad posible que es lo inesperado, con no saber qué hacer a partir de ahora, dado que la obligación, hasta moral, es la de unir fuerzas unos con otros con tal de conseguir alto grado de poder. Sin embargo, puede aparecer ante la imposibilidad de obtener esa prebenda tan deseada, que lo que se logre sea un melancólico componente de frustración que pone en evidencia la inutilidad de un modelo de ley electoral que dada la evolución de la política no sirve, y dispone que sea la incertidumbre quien asuma el protagonismo.

Y si es el bloqueo lo que se obtiene, la salida parece no tener fácil solución dado que los implicados en el desaguisado que está a la vista carecen de altura de miras, instalados en la indefinición dialéctica-política y de cierto déficit de talante democrático para ceder unos y aceptar otros.

El día después no tiene nada que ver con lo que aconteció días atrás, donde todo eran ínfulas y arrebatos cicerónicos, que no solo aplaudían los acólitos partidistas, sino, además, los que circulaban a su alrededor que serian compañeros de viaje con el voto a todo aquello que proponían, que más bien era reiterativo y descaradamente demagógico.

El día después puede ser un tapón que no dé salida a la gobernabilidad que se ha deteriorado en el tiempo y que de no llegarse a un pronto acuerdo puede enquistarse hasta en la mirada bobalicona de los que pensaron y dijeron que todo estaba resuelto, sin reconocer que las palabras y las soflamas pronunciadas en campaña fueron traiciones y majaderías que se hicieron a sí mismos.

Y no queda sitio para la espera, una espera que puede traducirse en desesperanza o en repudio total a la política. La democracia, que es el sistema menos malo para situar gobiernos y dar salida a los empeños políticos, debe ser sometida a una disección argumental en profundidad, porque pudiera ser que se constituya en el verdadero problema al que habría que meterle el escalpelo de los principios políticos, para evitar situaciones preocupantes y de alto coste en todos los ámbitos, como la que puede estar fraguándose tras la puerta de las distintas organizaciones que concurrieron a las elecciones.

Deseamos, no obstante, que los desencuentros que estén motivados por los personajes que han intervenido en este proceso tengan, al menos, el reflejo noble como de los que fueron a votar. Y, además, esperemos, que los caminos se crucen y que los asuntos o como se llaman ahora, las agendas, tanto la continental como las insulares, se repiensen en los espacios del progreso y la solidaridad.