El jefe de Estado, Felipe VI, va a visitar hoy Barcelona para presidir la entrega de los Premios Princesa de Gerona, como lleva haciendo hace bastantes años. Ezquerra Republicana y JxCat pidieron loquinariamente a la junta electoral que prohibiese la visita real "por electoralista". No tuvieron éxito. Ahora llegará la segunda parte: la calle, la escandalera y la algarada. Las fuerzas independentistas -las que se mueven en las instituciones y las que se integran en la sociedad civil- le tienen una especial querencia al Rey de España. El procesismo consiste básicamente en la producción y gestión de símbolos, en la articulación de una simbología de combate, en una actividad incesante entre la semiótica de los sueños y la publicidad de las tretas, y el monarca español es, según establece literalmente la Constitución, "el símbolo de la unidad y la permanencia del Estado". El Rey, por tanto, es una simbolización perfecta del enemigo que oprime a Cataluña, y nadie duda que la populosa cofradía del Contenedor Quemado intentará rentabilizar su presencia al máximo. Los mayores fruncen el ceño y fingen un gran pesar por la presencia borbónica en Barcelona. Los pirómanos y gamberros de sus juveniles servicios auxiliares están encantados.

Más preocupante todavía son los indicios y chismes sobre actuaciones violentas en las inmediaciones de colegios electorales el próximo domingo, en Barcelona y en otras ciudades catalanas. La gente, cuando está muy cansada, no suele votar: nos han llevado cuatro veces al dentista para, además, sacarnos la misma muela una y otra vez. Y aumenta la abstención. Pero la irritación sobrevenida puede vencer cualquier desgana, y hoy no se vota desde la convicción razonable, sino desde la emoción portátil. Imaginen a muchos miles de ciudadanos, hastiados dominicalmente en su sofá, contemplando a través de la televisión una alta marejada de protestas vandálicas que sacude a Cataluña el mismo día de las elecciones. No es improbable que se ponga las pantuflas al revés y salga corriendo, furibundo, a su colegio electoral. La democracia en pantuflas puede traer resultados tremendos. Incluso sin necesidad de zapatillas la ultraderecha, según las últimas encuestas, sería la tercera fuerza política del país.

Si yo fuera mayor -y no un anciano decrépito- quizás confiaría en la pedagogía institucional para recordar los valores y demandas de una democracia en una tesitura tan delicada, pero no es el caso. Las instituciones y sus responsables siguen actuando como si viviéramos en el más rutinario de los mundos. Hay tanto tiempo libre que hasta el presidente del Parlamento de Canarias, Gustavo Matos, le ofrece ayuda a la activista Greta Thunberg para cruzar el Atlántico y llegar a la Cumbre del Clima de Madrid. Lo que hace la Mesa de la Cámara actuando como benemérita agencia de viajes de la precoz Thunberg es algo incomprensible. El Atlántico. En las últimas semanas han llegado a Canarias decenas de personas en pateras. Otras, como siempre, han muerto en el camino. Txema Santana cuenta que uno de los fallecidos fue un bebé de dos años que se llamaba Sephora. No recuerdo un puto tuit del Parlamento sobre ellos. Ni sobre Sephora.