La alianza electoral de Coalición Canaria con Unidos por Gran Canaria fue una de las heroicas ocurrencias de Fernando Clavijo, nada insignificante, ciertamente, pero apenas comparable con eso de coger la mochila y plantarse en Madrid en solitario para negociar un Gobierno con Pablo Casado y Albert Rivera: Barragán, cógeme el cubata que me voy a hacer un Gobierno. El trampantojo con los Bravo de Laguna fue un acuerdo que dejó tiritando a las escasas bases y cuadros de CC de Gran Canaria, pero que finalmente prosperó porque en Coalición hay tanta democracia interna como en una asamblea de vendedores de tupperwares. Y también porque Pablo Rodríguez musitó que sí. Rodríguez es un líder que siempre musita enérgicamente cuando lo llama el deber, en particular, el deber de sobrevivirse a sí mismo.

Pactar con Bravo de Laguna y descendiente demostró un muy modesto conocimiento de la sociedad política grancanaria y un escaso respeto por la sensibilidad ideológica de tu electorado. Al fin y al cabo NC es una fuerza política nacionalista. Pero Unidos por Gran Canaria es simplemente el vehículo improvisado por Bravo de Laguna para prolongar su prolongada carrera política. La suya y la de su retoño. Sin embargo los resultados electorales parecían respaldar la operación de Clavijo y Rodríguez. Es ligeramente engañoso. En la circunscripción de Gran Canaria, como ocurrió también en municipios como Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, una parte del electorado del Partido Popular -sin duda la menos derechosa y españolista- votaron a Coalición y a sus aliados como opción con mayores posibilidades de éxito frente a las fuerzas de izquierda y, más en particular, a un Ejecutivo con presencia de Podemos. Por supuesto que los candidatos coalicioneros no lo admiten así, y siguen agitando la bandera de la mejora de sus resultados para legitimarse en el presente y, sobre todo, en el futuro. Ese modesto trasvase de votos del PP es, por supuesto, coyuntural, momentáneo y perfectamente reversible.

E igualmente coyuntural, momentáneo y reversible es el mismo acuerdo entre exitosos coalicioneros y bravísimos lacustres. Bernarda Barrios abandonó su acta en el Ayuntamiento de Las Palmas para infinito alivio de sus compañeros de lista. Y ahora, cuando no han transcurrido medio año desde las elecciones, Lucas Bravo de Laguna -número dos de la candidatura de confluencia electoral- ha anunciado su propósito de abandonar el grupo parlamentario de CC y mandarse a mudar al grupo mixto, porque en el Grupo Mixto, dice el muchacho, trabajaría con más libertad y autonomía, trabajaría como siempre ha hecho, a solas y para sí mismo, algo que, a su juicio, los compañeros nacionalistas entenderán perfectamente. Como miembro del grupo mixto le correspondería compartir las perras con los dos diputados de Ciudadanos, aunque algún espíritu piadoso debería advertirle que Vidina Espino solo comparte ensaladas y chismes con Teresa Berástegui y que don Ricardo Fernández de la Puente muy raramente invita a un cortado.

Y así acaban, o tempora, o mores, las grandes operaciones políticas de las grandes figuras carismáticas del siglo que nos matará. Con un pequeño ridículo, una ventosidad desvergonzada, un carraspeo de lenguas y billetes y aquí no ha ocurrido nada.