La decisión de la exsenadora María José López, joven promesa de Nueva Canarias, de no presentarse a las elecciones, por su rechazo al acuerdo electoral con CC en los comicios del próximo noviembre, ha armado una polvareda considerable. La señora López insiste en que el acuerdo no fue consultado a la militancia y tiene razón: todo lo coció el comité ejecutivo, al que Román Rodríguez controla mejor que a su secador de pelo. Podría decirse incluso que la dirección del partido es su secador de pelo: casi quince años sin que le muevan un cabello fuera de su sitio. Antonio Morales ha clamado que la confluencia electoral con los coalicioneros va a salir muy cara: él prefería ir de la mano con un nacionalista canario llamado Íñigo Errejón, que silba gomero y come carajacas en la intimidad. En realidad NC ha sufrido un drenaje electoral importante, tanto en las elecciones generales como en las autonómicas pasadas. El mismo Morales perdió unos 10.000 votos el pasado mayo y estuvo a punto de ser sobrepasado por el PSOE. Ya se produjo un castigo a NC, que ha sido silenciado gracias a llegar al Gobierno y mantener el Cabildo.

Más vale no recordar (demasiado) las costumbres pactistas y pactateras de Rodríguez y su santa compaña en el pasado. Recuerdo los muchos meses en los que Rodríguez, como presidente del Gobierno autonómico, contó con el voto de un tránsfuga, Juan Carlos Becerra, elegido diputado por el PIL de Dimas Martín y que luego montó el Partido Nacionalista de Lanzarote, ímprobo esfuerzo premiado con la Consejería de Turismo. Años después Rodríguez y Becerra cerraron un pacto con Fabián Martín, hijo de Dimas Martín, para las autonómicas de 2011, y el hijo y apologista del político con más condenas judiciales en los últimos cuarenta años obtuvo su escaño. ¿Y el trato con el CCN de Ignacio González Santiago, quizás incluso más nacionalista (canario) que Íñigo Errejón, sí, el hijo de don Ignacio González Martín, expresidente de la Cámara de Comercio de Santa Cruz de Tenerife, ambos ciudadanos seguidos con gran interés por los juzgados? ¿Y el acuerdo con un partido microbiano, X Tenerife, invento fugaz de José Manuel Corrales, otro errejonista frustrado? La crónica de NC y sus enjuagues electorales -decididos siempre por Rodríguez con la silenciosa anuencia de sus compañeros- es todo menos ejemplar.

Las razones que llevaron a los gerifaltes de NC a pactar de nuevo para unas elecciones generales con CC -donde el debate interno al respecto tampoco fue, precisamente, transparente e intenso- son muy elementales. En unas Cortes aún más fragmentadas que las elegidas en abril el nacionalismo canario corre el peligro de quedarse sin representación. El PSOE no estaba dispuesto a repetir con NC el experimento de 2016. Y NC necesita recuperar el escaño de Pedro Quevedo: fortalece su posición frente al PSOE canario y su marca desgastada. Prevale el eje centro-periferia frente al eje derecha-izquierda por razones de supervivencia electoral y viabilidad y legitimidad de un proyecto político. Un ejemplo: EuskoAlkartasuna fue una escisión del PNV. Carlos Garaikoetxea llegó a llamar reaccionarios y meapilas a los peneuvistas: "Ustedes no son un partido, sino una maquinaria de poder". Se definían como un partido socialdemócrata, laico e independentista, pero durante 14 años cogobernaron el País Vasco con el PNV. Cuando rompieron peregrinaron al extremo de la izquierda abertzale y se disolvieron en la sopa de siglas del independentismo. Hoy EA es más un recuerdo que un partido.