Cuarenta años después de aprobada la Constitución un responsable político no puede llamar "como me dé la gana" a un monumento erigido en honor a Franco en la avenida Anaga. Las cosas -es una enseñanza que cualquier niño de diez años ha adquirido- no se llaman como les da la gana a uno. Verán, las actitudes adolescentes, en política, no son exclusivo patrimonio de jóvenes politólogos izquierdistas y sus adláteres. También de ciudadanos que, por haber ostentado cargos públicos gracias a la maquinaria de su organización política, asumen como propia una estatura estratosférica, como el señor Guillermo Díaz Guerra, portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife.

Es incomprensible la porfiada obstinación de Díaz Guerra -que representa históricamente la obstinación del PP en la capital tinerfeña- en no reconocer como una evidencia elemental que el monumento de Juan Ábalos es una exaltación a Franco y a la victoria de los golpistas en la guerra civil. Durante mucho tiempo ATI, y posteriormente Coalición Canaria, también prefirió encogerse de hombros ante todos los restos arquitectónicos y simbólicos del régimen franquista en la ciudad. No se trataba de ninguna vinculación ideológica y sentimental con el franquismo -subjetividades personales al margen-, sino de una mezcla ligeramente sórdida de ignorancia e indiferencia. Y para ser sinceros, el PSOE, en los años ochenta y noventa, y hasta bien avanzado el nuevo siglo, tampoco convirtió la desfranquistización del callejero de la ciudad y de determinados (pocos) monumentos caudillescos en un asunto central. Todo comenzó a cambiar -incluso en esta aldea petulante- con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica en 2007. En el mandato anterior José Bermúdez tuvo el acierto de encargar a un equipo de investigación, dirigido por la doctora María Isabel Navarro, un estudio sobre la supervivencia de monumentos, inscripciones y rótulos que conculcarían la Ley de Memoria Histórica. Sería muy recomendable que, sin excesivas dilaciones, el Pleno municipal dedicara una sesión monográfica de la que saliera un programa de trabajo ampliamente consensuado. Algunos objetivos son sencillos: no cuesta demasiado cambiar un rótulo o desmontar una lápida. Otros, en cambio, son más complejos, y en realidad requieren de todos los ciudadanos y ciudadanas para llevarlo a cabo día a día, como resignificar el amplio y luminoso espacio de la plaza de España en la que se erige esa cruz horrorosa -en realidad una torre que contiene una cripta- que pretende ser un Monumento a los Caídos, pero que solo es un recordatorio de quién ganó la guerra civil a sangre y fuego.

Desde luego que a Santa Cruz de Tenerife le urgen muchas cosas. Es una ciudad que necesita ser salvada de sí misma para que no siga siendo lo que casi siempre ha querido ser: el cementerio cívico que disfruta del mejor carnaval de Europa. Necesita objetivos existenciales. Necesita tejido social conjuntivo, una nueva actividad económica, un proyecto de modernización para reinventar una identidad. Lo que no necesita son esas miasmas y basuritas fascistas. A la basura con ellas. Ya es hora.