Es notorio que la política española lleva larga temporada sumergida en una perniciosa endogamia. Los líderes están más preocupados por sus luchas de poder que por los asuntos de general trascendencia para los pelanas que les pagan, con el sudor de sus impuestos, ese costoso invento de la democracia participativa.

El paroxismo de los últimos días en la cuenta atrás para la convocatoria de unas nuevas elecciones generales se ha convertido en un teatrillo en el que todo el mundo quiere aparentar que en realidad no está por la labor de que nos llamen nuevamente a votar por cuarta vez en cuatro años. Ese joven y talentoso actor demoscópico, Albert Rivera, ha saltado al escenario para ofrecer una abstención que posibilite que Pedro Sánchez forme un gobierno precario. Cosa que ni Sánchez quiere y que ni siquiera parece posible si no hay más partidos, como el PP o Podemos, dispuesto a apoyarlo.

Conozco a poca gente que a estas alturas dude ya de que vamos de cabeza a las urnas. Suelen ser gente sensata que piensa que toda esta ceremonia de la confusión es tinta de calamar y que a los partidos, realmente, no les interesa una confrontación en la que muchos de ellos van a perder los escaños que ahora tienen en el Congreso de los Diputados. Es el caso de Ciudadanos, Podemos y Vox, que van a perder algunas plumas en favor del lento retorno al modelo del bipartidismo que parecía muerto y enterrado.

En su análisis parten de un error colosal. Porque el que quiere que haya elecciones es precisamente el único que podría evitarlas. Pedro Sánchez no va a aceptar ningún gobierno prisionero en manos de unos adversarios que convertirían el tránsito de los presupuestos -por hablar solo de eso- en un naufragio. Confía en que el aumento de votos del PSOE, a costa de Podemos, le lleve a un número mayor de escaños que configure otra geografía política y que le muestre a la izquierda verdadera de Iglesias que es mejor apoyar un gobierno gratis total que ir desvaneciéndose agónicamente.

¿Por qué no? El desgaste de la parálisis legislativa y política que vive España lo están pagando políticamente Ciudadanos y Podemos, con sus conflictos internos por las discrepancias con la línea oficial de sus líderes. Sánchez no solo no tiene miedo a unas elecciones, sino que las considera una apuesta razonable para sacar tajada de la debilidad de sus adversarios de la devaluada nueva política.

Aunque la técnica de permitir que todo se pudra para que al final emerja una solución milagrosa es tan vieja como el mundo, no estamos en ese escenario. El tipo acostumbrado a resucitar, está dispuesto, otra vez, a jugárselo todo en noviembre. Sus analistas de cabecera habrán calculado que el voto del cabreo será bueno para los socialistas. Vete a saber. Desde luego no va a ser bueno para la democracia. Ni para un país paralizado. Pero eso qué puñetas importa.