Canarias se desliza lentamente hacia la colisión con la tormenta. El descenso del turismo se atisba en los primeros datos negativos de visitantes, en la pérdida de plazas aéreas y en el olfato del sector hotelero, que se las está viendo venir.

Lo peor es que no está pasando nada que no se supiera. Teníamos un turismo prestado con fecha de caducidad. Pero lo excepcional se disfraza muy fácilmente de normalidad. Cuando te prestan una chaqueta varios años y la tienes que devolver siempre parece que te están quitando algo tuyo. La recuperación de los mercados turísticos del Mediterráneo está coincidiendo con el enfriamiento económico en principales países emisores del turismo hacia las Islas. Y con las turbulencia políticas en Gran Bretaña, Italia y España, se están dando los peores escenarios.

Hemos vivido una corta etapa de vacas gordas con nuestro principal sector económico funcionando a pleno rendimiento. Y aún así el paro no ha bajado del veinte por ciento y la sociedad mostraba signos de que la riqueza no llegaba a todos lados. Cosas de un territorio donde los capitales y las grandes empresas son mayormente foráneos.

Lo que nos puede estar esperando a la vuelta de la esquina es más paro, menos facturación por la venta de servicios turísticos y menores ingresos por impuestos propios al consumo. O sea, chungo. De ahí que la única alternativa viable para paliar los efectos del descenso del gran negocio macarronésico canario sea el fortalecimiento del sector público. Es decir, que aumenten las transferencias que la Administración central del Estado dedica al Archipiélago.

Nuestra participación en el sistema de financiación autonómica es una bosta de cabra desde el año 2009, en el que se firmó -a la fuerza ahorcan- un penoso acuerdo que maltrataba de forma sistémica a Canarias. Luego vinieron los éxitos de la cesión del IGTE, de la aprobación del Estatuto y el nuevo REF, y nos las prometimos felices. Pero los últimos años han demostrado que en el terreno de la financiación excepcional, esa que depende de las negociaciones de los convenios específicos y graciables, cuyo destino está en manos de funcionarios madrileños, las cosas acaban siempre mal para las Islas.

La oposición que hoy gobierna repitió una y mil veces un mantra: Canarias estaba a la cabeza de todo lo malo y a la cola de todo lo bueno. Le dio caña al fenecido Gobierno con la realidad de las listas de espera, de los parados, de las pensiones no contributivas, de los dependientes que esperaban ayudas... A la vuelta de los meses, esa realidad se ha transformado en un dogal que les va a apretar el cogote cada vez más. Para regar el jardín en el que se ha metido el pacto de las flores hace falta muchísima agua. Mucha más de la que hay. Y mucha más de la que nos llega hoy de Madrid. Las fotos sirven para ganar tiempo. Pero no solucionan nada.