Dos cosas distintas no pueden ser ciertas al mismo tiempo cuando son contradictorias. No se puede estar mojado y seco a la vez. Hace nada que Pedro Sánchez se presentó a la investidura con un programa de diez puntos sobre el que pivotaba su plan de gobierno y con el que pedía apoyo en el Congreso de los Diputados. Hoy lo hace con un programa de trescientas medidas. El vertiginoso engorde de la oferta tiene una difícil explicación habida cuenta del escaso tiempo transcurrido. O la primera investidura fue una farsa o lo nuevo es tinta de calamar.

El presidente del Gobierno ha estado este verano metido en faena de reuniones con colectivos sociales y protagonizando todos los telediarios del estío, ocupados en los fuegos y el calendario preelectoral de Sánchez. Las señales que envía su estrategia es que vamos de cabeza a unas elecciones. No ha estado mínimamente interesado en negociar con las fuerzas de la izquierda verdadera, sino en presentar públicamente una nueva oferta electoral.

Lo que hace Sánchez tiene sentido. Un gobierno con Podemos es incómodo, incierto y peligroso. No solo por el compañero de viaje, sino por los apoyos que necesariamente tendría que recabar entre el independentismo catalán y los sectores más radicales vascos. Para un PSOE que se ha centrado, esa deriva tendría un riesgo potencial que el presidente no está dispuesto a asumir.

El PP aún se lame las heridas de sus luchas internas y de los fracasos electorales y ahora tiene el sangrante tajo de Aguirre y Cifuentes, otro más, que intenta tapar desesperadamente con las gasas de su propuesta de coyunda electoral España Suma. Albert Rivera y Ciudadanos agonizan en la sólida inconsistencia de decir que sí y que no al mismo tiempo: o sea, que no están dispuestos a pactar con los populares en España mientras cogobiernan en Andalucía o Madrid. Y Podemos se desinfla más y más después de la deserción masiva de sus fundadores y la debilidad de un Pablo Iglesias atrapado en sus muchas contradicciones; en una deriva que le lleva a ocupar el espacio de aquellos viejos comunistas que tanto despreciaba. No existe mejor escenario para Pedro Quebuensoy Sánchez que el de unas nuevas elecciones. Su partido está más fuerte que nunca y sus adversarios están más débiles. Habría que ser tonto para no verlo.

Para España, sin embargo, el periplo que nos lleva a la posibilidad de tener un gobierno solo a partir de febrero o marzo del próximo año es una desgracia. Instalados en la provisionalidad, con un presupuesto prorrogado que sigue siendo el de Mariano Rajoy y adentrándonos en una nueva crisis económica, todo este tiempo perdido va a suponer un costo añadido para la maltrecha parte más débil de la sociedad. La Unión Europea se deshace como un terrón de azúcar, el motor alemán se ha gripado y los italianos y españoles siguen con sus juegos de poder. Como si no hubiera otra cosa.