En el año 2008, tan pronto supe de la implantación por el Servicio Canario de Salud (SCS) de las Manifestaciones Anticipadas de Voluntad (MAV), corrí a firmarlas. Se trataba del nombre con que se referirían en esta Comunidad al Testamento Vital, y así pude rubricar mi voluntad en los apartados que, por entonces, figuraban.

Hace unos días, ya transcurridos casi 12 años, pedí cita nuevamente a fin de incluir en dicho documento otros apartados que han ido surgiendo con el paso del tiempo y de los que había sido alertada por la Asociación Derecho a Morir Dignamente.

Mi agradable sorpresa ha sido que la mayoría de ellos ya han sido incorporados por la Consejería de Sanidad a la redacción de las Manifestaciones que se firman hoy en día. De modo que solamente tuve que sustituir aquel antiguo por uno nuevo en el Registro, sito en el edificio que el Gobierno de Canarias tiene en la Rambla de Santa Cruz. Y ya queda inscrito en mi expediente en los hospitales públicos nacionales.

En el pasado, se incluía mi deseo de que no se prolongara mi vida en el caso de una situación incurable o irreversible y que se me ahorrara el dolor aún si ello aceleraba mi muerte. Que donaba los órganos, deseaba ser incinerada y otras apreciaciones personales que estaban permitidas por ley. En el actual, se hace una definición mucho más amplia, detallando aquellas patologías y el estado en que nos encontremos y los tratamientos que, en esos casos, podemos rechazar. Incluso contiene la posibilidad de solicitar la aplicación de la eutanasia activa, si la legislación vigente, entonces, lo permite.

No me extiendo en el contenido completo del MAV porque se puede descargar en Internet o solicitarlo al SCS, pero sí me gustaría insistir en la necesidad de su firma. Cada día conocemos por los medios casos espeluznantes de enfermos terminales a los que algún bienintencionado (aunque yo me permita pensar que lo hay, también, malintencionado) familiar insiste ante los médicos en la aplicación de medidas que no salvarán su vida sino que prolongarán su sufrimiento. Y, en todos ellos, nos enteramos de que ese paciente no tenía firmado testamento vital alguno. Y las palabras dichas con anterioridad, desgraciadamente, no sirven de nada.

El hecho de que únicamente ¡6 de cada 1000 españoles! hayamos firmado algún tipo de documento de este tipo da idea de la desidia con la que tratamos los asuntos importantes. Y no ayuda el que cierta consejera de cierta Comunidad, recientemente nombrada, confunda en sus declaraciones (¿a propósito?) una ley de eutanasia con los cuidados paliativos (que sí, son importantísimos y necesarios, pero no análogos). De modo que les informo de la sencillez del trámite: solicitar cita en el 012 e ir acompañado de una persona que nos represente cuando haya que hacer valer nuestros deseos finales. Y el resto, pues más tranquilidad?