Dice el viejo cantar que "el que va a Candelaria no va a San Roque...". Los motivos que aduce el cantar son el cansancio por lo duro del camino y la trasnochada. Siempre hay que tomar decisiones, hay que optar, hay que elegir entre una cosa y la otra. No siempre es posible quedarse con todo o estar en todas partes. Hay que elegir.

Entre el bien y el mal, entre lo que construye a la persona o las destruye la decisión es, ordinariamente, más fácil. Siempre hará falta esfuerzo, porque el mal es también atrayente y provoca. Pero donde está el problema es cuando hemos de elegir entre dos cosas buenas. Cuando hay que optar, no por imperativo ético, sino como consecuencia de una deliberación que busca la oportunidad, la sutileza de una opción perfectiva. O Candelaria o San Roque.

Y para esta necesidad vital que nos rodea permanentemente y a la que hemos de dar respuesta varías veces al día hace falta entrenamiento. En los sistemas educativos que se presentan en el mercado de las opciones políticas la educación en la deliberación está, cuando está, poco valorada. Un asunto tan fundamental como una buena alimentación -aspecto vital que también realizamos varias veces al día- merece una atención mayor a mi juicio. Porque si no nos entrenamos para que nuestras decisiones respondan a lo mejor, a lo adecuado, a lo oportuno..., terminaremos eligiendo al ritmo de la emoción del momento, cuando peor, o al socaire de todos los apetitos inherentes a nuestra condición.

Este adiestramiento nos libera, por tanto, de nuestras zonas oscuras, pero también nos liberan de la manipulación del mercado que, a través del arte de despertar necesidades, nos indica lo que hemos de vestir, lo que hemos de comer, dónde tenemos que invertir o en qué lugar debemos descansar. Deliberar es contemplar la realidad con inteligencia. Es mirar como personas humanas. Es despertar el espíritu crítico y actuar con una voluntad consciente. Es, en definitiva, estar vivo y consciente de estarlo.

Y a esta altura del comentario, me gustaría compartir una idea que tiene que ver con la acción social. Esa dimensión que es políticamente reivindicada en víspera de las elecciones y que, volvemos a escucharla en forma de estadísticas exitosas en vísperas de las siguientes. San Agustín decía que "la limosna debe sudar en tu mano". O lo que es lo mismo, que no se hace bien el bien que se debe hacer si no se hace con deliberación, con inteligencia. Una ayuda debe ser una ayuda adecuada. Si no, puede ser que yo me sienta bien de haber hecho el bien, pero no lo haya echo adecuadamente.

De todos es conocido el ejemplo que queda simbolizado en el pez y la caña de pescar. Dar un pez a quien tiene hambre está bien, pero es insuficiente si no se le proporciona la herramienta para que abandone la necesidad. Esa transformación exige inteligencia, creatividad, deliberación... Hay, incluso, ocasiones en las que un no es la mejor ayuda. La pobreza se puede cronificar como una enfermedad en al alma de una persona de tal forma que olvide que puede vivir de otro modo. Despertarlo es entonces un mayor y mejor servicio. Un cirujano que amputa un miembro enfermo busca el bien de la persona con un no doloroso y limitante en apariencia.

Hay que tomar decisiones siempre. Hay que hacerlo con cabeza. No importa no haber ido a Candelaria si, al final, fuimos a San Roque.

*Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

@juanpedrorivero