Me llevé pocos libros para una corta vacación y, entre ellos, pertinaz en gustos y manías, elegí un ajustado ensayo del pintor murciano Ramón Gaya (1910-2005), autodidacta ambicioso en los temas y con amplios recursos técnicos, ferviente republicano, miembro de las Misiones Pedagógicas y, luego, de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, exiliado hasta los años sesenta y reconocido con la Medalla de Oro de las Bellas Artes en 1985. Velázquez, pájaro solitario (Trieste, 1969) es una reliquia conseguida en el Rastro madrileño que reapareció a la hora de ordenar mi leonera.

"Pintó como pocas veces se ha pintado en el mundo del arte". Esta declaración de principios anticipa su posición ante el genio sevillano, "desplazado por Goya en las reproducciones litográficas por las que me enamoré del arte" y luego, tras las largas visitas al Museo del Prado, erigido en maestro único y en profeta de "la verdad de la realidad". Ante Las Meninas, escribió "Aquí se pierde la noción de lo accidental; no hay normas de jerarquía entre los personajes ni circunstancias de orden alguno que alteren ni influyan en la completa visión del conjunto, entre la atmósfera y los elementos distribuidos en el espacio escogido". "Si una pintura está viva -afirmó en otro momento- es necesariamente moderna, indiscutiblemente moderna".

La naturalidad y profesionalidad velazqueñas tuvieron también en nuestro Pedro González a otro rendido admirador. "No tuvo preocupación por mejorar o agraciar a sus modelos; los pintó como los vio y los insertó en un paisaje o en un interior a los que les concedió igual importancia que a los retratados. Por encima de su arte, dónde seguramente tuvo que demostrar su celo fue en su empleo de aposentador de palacio como garantía de su sueldo, porque el dinero le gustaba como a todos".

En esta faceta interesada, el profesor herreño Matías Díaz Padrón descubrió que, "en los últimos treinta y seis años de su vida -entre 1627 y 1660- percibió una cuantiosa beca del Obispado de Canarias, gestionada por el entonces nuncio en España Giovanni Battista Pamphili; elegido papa en 1644 con el nombre de Inocencio X y al que Velázquez, como gratitud, retrató en el verano de 1650, en su segundo viaje a Italia. Un profesional, en fin, para su gloria y gozo general.