En Canarias, de repente, ocurre algo. Algo imprevisto, insólito, ausente hasta ahora en los espacios sociales y los discursos públicos, pero que se materializa de repente para general y a menudo regocijado embobamiento, como el monolito en la prehistoria que describe 2001: Odisea espacial. La más reciente manifestación de este rasgo básicamente aldeano es el ruido alrededor de la construcción del llamado Telescopio de Treinta Metros en el Roque de los Muchachos. Los hawaianos han logrado paralizar la construcción en Mauna Kea, entre otras cosas, porque el proyecto se emprendió sin la aprobación del documento equivalente a nuestros estudios de impacto ambiental. Por cierto que en La Palma tampoco se ha desarrollado un estudio de impacto ambiental, pero eso importa menos a la dirección del Instituto de Astrofísica de Canarias y muchísimo menos aun al Gobierno autonómico. El presidente Ángel Víctor Torres ha declarado enfáticamente que no solo su gabinete, sino la sociedad canaria en su conjunto, apoya con entusiasmo la instalación del TMT. Es más que dudoso que la inmensa mayoría de los isleños tenga la más ligera, puñetera, estelar idea del proyecto tecnológico, pero repentinamente se ha convertido casi en un asunto de Estado. Torres garantiza que se acelerarán todos los informes pertinentes para obtener las licencias necesarias y autorizar cuanto antes la construcción. Supuestamente eso incluye la evaluación del impacto medioambiental de una nueva infraestructura, y más supuestamente todavía, el Gobierno autónomo y el Cabildo de La Palma deben saber por adelantado que el impacto será medioambientalmente insignificante porque, si no es así, ¿qué sentido tiene acelerarlo?

La organización ecologista Ben Magec se ha opuesto a que el TMT se instale en el Observatorio de El Roque de los Muchachos, donde ya operan una docena de instrumentos de observación astronómica y está ya cerrada la instalación de varios más. Ben Magec considera que El Roque de los Muchachos, bajo protección medioambiental, ya ha pagado un peaje suficiente a la tecnología observacional. Raúl Vega, desde la revista Tamaimos, solicita razonablemente un debate político y social sobre las oportunidades científicas y las amenazas al medio ambiente de las cumbres de La Palma que puede significar el TMT. Un debate que, se quiere obviar porque si no se actúa rápidamente, ofreciendo todas las facilidades y salvedades, el consorcio público-privado del TMT buscará otro punto en el globo. La discusión crítica y abierta es una actitud propiamente racional que todo científico debería abrazar. Nunca ha sido así a la hora de evaluar la capacidad de carga de El Roque de los Muchachos y los beneficios para el sistema científico canario del Observatorio Astronómico que se levanta al borde del parque nacional de La Caldera de Taburiente. Ni el Gobierno autónomo ni el IAC han tenido jamás ningún interés en ese debate y, por lo visto, siguen sin tenerlo.