Así me lo definió hace unos días un técnico biólogo en una playa del Sur de Tenerife. Lo que ahora denominan, de esa manera tan fina, "microplásticos", y que realmente es basura cochina, se come las playas. Una bomba de veneno. Pasé un rato con Rubén, Miguel y Raúl, voluntarios, en la playa. Me llamo la atención que un grupo de pibes, un domingo a primera hora, en vez de estar durmiendo la fiesta de la noche anterior, estuvieran bolsa en mano recogiendo basura.

La solidaridad, incluso la medioambiental, es una especie en extinción. Uno de ellos incluso es educador de niños, a los que trata de concienciar del problema. "Aliviar el mar de un problema grave", me decían. "No es mucho lo que podemos hacer, pero algo es algo". De allí les vi sacar no sé cuantas bolsas de plástico.

El problema, me contaban, no es realmente el plástico, que ya es una cochinada. Es lo que trae el plástico que sale por emisarios, y no les doy más detalles escatológicos para que no dejen de leerme. Luego comemos lo que comemos, que viene del mar y ya saben, la cadena alimenticia es muy traicionera. Comemos basura y no precisamente plástico. Ya me entienden. A ver si la nueva Consejería de Transición Ecológica toma medidas y que no tengan que ser los pibes, un domingo por la mañana, los que solucionen lo problemas que deben solucionar otros. Ahí queda eso.