Tras la decisión de Pablo Iglesias de aceptar no formar parte del Gobierno, formalizada en el último minuto de la negociación, PSOE y Podemos iniciaron una carrera a cara de perro para cerrar un acuerdo que no parece entusiasmar a ninguno de sus dos dirigentes, llegados al punto de haberse perdido públicamente la confianza y el respeto. Al final, si el acuerdo prospera, será porque uno de los dos grupos PSOE o Podemos -o los dos- asume ser derrotado por el otro en la venta pública de lo que ha ocurrido, eso que ahora se denomina 'el relato'. Pero imponerse en 'el relato' no es la clave de esta historia: ambos -Sánchez e Iglesias- se juegan muchísimo: Sánchez, se juega perder el Gobierno y ser corresponsable de un fracaso que obligaría a convocar elecciones por cuarta vez en cuatro años. Para Iglesias, enfrentarse a esas elecciones con la acusación de haber impedido -por segunda vez- un gobierno de izquierdas en España, podría resultar devastador.

Pero ninguno de los dos acaba de rendirse: Iglesias organizó primero su farsa de consulta a las bases -tan farsa como las que realizan otros partidos- y después de conseguir el apoyo de sus inscritos para romper con el PSOE, lanzó su órdago planteando la exigencia de cinco ministerios -esos son los que le corresponderían de aplicarse la representación obtenida en el Congreso- y también que Irene Montero y Pablo Echenique formen parte del Consejo de Ministros. En el PSOE, aún instalado en la falsa idea de Sánchez de que le toca gobernar "sí o sí", se interpretan esas dos exigencias como una demostración de que en Podemos no hay una clara voluntad de entendimiento, y que la mueva oferta sólo persigue que el PSOE no tenga excusas para cargar sobre las espaldas de Iglesias la responsabilidad por la convocatoria de nuevas elecciones, una opción que preocupa sobre todo a Podemos y a Ciudadanos, pero que a Sánchez tampoco le conviene.

En ese estado de cosas, los dos partidos parecen haber pasado el fin de semana negociando -sin constatar grandes diferencias- el programa de Gobierno. Pero no se ha avanzado absolutamente nada en el reparto del poder. Si eso no se resuelve antes del inicio del debate parlamentario, muy probablemente, Podemos no votara a Sánchez en esta primera ronda de la investidura. Eso permitirá dar a los posibles socios unas horas más para ponerse de acuerdo, pero sin duda hará crecer la desconfianza y el recelo entre ellos: las relaciones entre ambos líderes no han mejorado nada durante esta semana, y es difícil creer que un revolcón a Sánchez en la primera votación de su investidura vaya a hacer que la confianza mejore.

Este pulso viene feo, y todo indica que si hubiera nueva cita en las urnas, el PSOE podría resultar el más beneficiado en las elecciones. Pero también se teme una abstención masiva, que destartalaría las expectativas socialistas. Ya se sabe que las elecciones las carga el diablo, y la mayor parte de los ciudadanos entienden que es completamente irresponsable bloquear la investidura por incapacidad de ponerse de acuerdo. Si no hay acuerdo, probablemente culparan de eso a todos, empezando por Sánchez, y por los partidos más cercanos ideológicamente a Sánchez: Podemos y Ciudadanos.