Más que pinocha, en El Hierro se conoce a las hojas secas del pino caídas, como "basa". Durante la década de los 50 y entrado los 60, los montes de pinos de la isla ante la gran cantidad de basa amontonada en el bosque que no dejaba crecer otro tipo de vegetación motivó por parte de los ayuntamientos sacarla a subasta , ya que se usaba mezclada con el material de desecho de los animales como abono para los frutales, sobre todo, plataneras y tomateras , así como manto protector del suelo que se iba a cultivar, bien jardines o huertas porque al guardar más la humedad requería menos riego por el calor que trasmitía a la vegetación.

La venta de pinocha en la isla a agricultores, sobre todo, de Tenerife y alguno de la Gomera originó un novedoso trajín de movimiento en la isla al incorporarse camiones traídos desde Tenerife, así como personal donde muchos de ellos se integraron en el acontecer de la isla. Recuerdo a Sedomir, que procedía de El Realejo, que en la época del fútbol como había sido portero en su pueblo fichó por uno de los tres equipos que existían, quiero recordar fue El Armiche; lo mismo que Viñas y Marrero que se incorporaron también a los otros dos.

Los barcos que llegaron en aquellos años pertenecían, al principio, a la Compañía Canaria de Cabotaje a la que Rodríguez López aportó el grueso de la flota; entre sus barcos destacaban, entre otros El Águila de Oro, el Sancho II y el Ancora que eran los que, más tarde, se acercaban al pequeño malecón de La Estaca para cargar la pinocha. No así los correíllos, La Palma , El Viera y Clavijo , o el León y Castillo, alejados del muelle y que tenían que transportar los pasajeros y carga desde el barco fondeado en la distancia hasta la escalera de acceso a tierra.

El año 1921 fue cuando se incorpora a esta naviera el Sancho II y en 1928 el Águila de Oro que se vendió en 1934 al capitán don Juan Padrón Saavedra. Estos barcos, junto al Ancora, en más de una ocasión trasladaron enfermos quirúrgicos desde El Hierro a Tenerife por la carencia de medios para solucionar esas dolencias, y hay que reconocer que algunas vidas sí que salvaron puesto que la isla en aquella época carecía de los medios sanitarios para abordar estas patologías.

El negocio de la basa palió alguna que otra penuria que atravesaban los ayuntamientos, así como alegró la vida de la isla, con los camiones y su gente que transportaban la basa desde el monte hasta el puerto , lo mismo que los barcos que llegaban y atracaban también daban cierto estimulo vital al rudimentario y tristón malecón . Así hasta 1965 que una plaga desarrollada en el pino por un determinado parasito obligó a dar por concluida la subasta y traslado de la pinocha, quedando la última carga retenida en el Puerto de La Estaca, a la que hubo que extinguir mediante el fuego.