Cuando pienses que estás mal, piensa que siempre hay alguien que puede estar peor. Caminaba hace unos días por la Playa de Las Canteras, en Las Palmas (todavía soy ese híbrido gomero, regionalista y capaz de convivir con mis vecinos canariones), y lo vi. Iba yo como el señor de las tribulaciones, y allí estaba acostado en el suelo. Sucio, mugriento y acabado, con la policía tratando de levantarlo. Los cartones de vino barato al lado lo decían todo.

La gente pasaba al lado como si nada. Supongo que nos hemos acostumbrado a ello y pasamos como si viéramos una película más de Netflix. Y ahí lo pensé, "Santi, seguramente es un ejemplo manido, pero es verdad que alguien puede estar mucho peor, o lo que es peor, cayendo por el abismo". Allí me quedé mirando, mientras los sanitarios hacían su trabajo, y no fue por el espectáculo, fue por la sensación triste de asimilar lo frágil que puede llegar a ser el ser humano.

Porque esa persona que se llevaron al hospital, derrumbada, fue un día un niño, como usted y como yo, que tuvo sus ilusiones. Seguro que quiso crecer, estudiar, tener un trabajo decente y familia. Seguramente amó a alguien. Pero la vida no da las mismas oportunidades a todos. O no las buscamos. O no las encontramos. Allí mismo di la vuelta y pensé que la línea roja entre la vida y el abismo es tan frágil que da miedo.