Si hay una querencia que los partidos políticos suelen tomar del mismo abrevadero intelectual es su declaración de amor a la patria, ese ente ambiguo al que un poeta identificara con luminosidad como "la suela de mis zapatos". Y si hay un ejercicio habitual de desmemoria y de cinismo es la facilidad con que los digos y los diegos mutan en un juego recíproco para adaptarse a los objetivos más inmediatos. Buscar en las hemerotecas los ejemplos de este proceso constituye un ejercicio tan fatigoso como monótono, mientras que escribirlo en un 18 de julio produce cierta angustia. Más aún, al observar cómo las derechas autónomas se reorganizan más de ochenta años después, con la inhibición o la estupidez de la izquierda. Si la actitud del gallo de pelea que gobierna en funciones tiene pocos pases, la del que quiere entrar muestra la misma carencia. Y esta afirmación no es expresión de equidistancia, sino de hartazgo. Puede que el día en que se publique este artículo nos despertemos con el anuncio de un abrazo, como el que se dieron Philip Tattaglia y Vito Corleone bajo los eficaces auspicios de Don Barzini, tras la reunión de las cinco familias de Nueva York con objeto de recuperar la paz. En el fondo, todo era mentira, pero los dos capos sicilianos habían entendido que el negocio lo exigía, aunque Corleone afirmara unos instantes después que Tattaglia era un perro. En un guión similar, el espectáculo que están dando Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y quienes les asesoren o toquen las palmas por detrás, parece el mecanismo más eficiente para inducir una abstención de importancia cuando nos vuelvan a preguntar lo mismo que hace pocos meses. La realidad es que los patriotas aún no se han sentado a discutir y preparar un plan de gobierno, más allá de intercambiarse descalificaciones a distancia y acusarse de lo mismo que practican. Incluso en el escenario más optimista que pudiera contemplarse -la escenificación del abrazo, la explicación de los malentendidos y la constitución de un gobierno progresista en julio, que abordase un programa realista para resolver los problemas pendientes y prepararse para los que se anuncian-, la sensación inevitable es la de dos tribus urbanas que se reúnen en la mesa a compartir un plato de pasta al dente, para correr a conspirar contra el socio tras el café. Eso sí, con la inmensa satisfacción de los miembros de cada secta respectiva, cuya capacidad de reflexión y de crítica está brutalmente amputada y únicamente permite contemplar la paja en el ojo del otro. En el caso de que, sin más dilación, los dos partidos que la sociedad que ha votado parece preferir que gobiernen -ya sea juntos, del brazo o de perfil, pero con un programa del que ni siquiera han hablado aún-, no sean capaces de salir de esta situación, será inevitable repetir las elecciones, y las derechas autónomas, recuperadas y felices, pondrán en marcha el plan diseñado para seguir a Trump y Bolsonaro.