En uno de los versículos del Tao Te Ching se establece la identidad entre los diversos conceptos que el taoísmo ha dado en calificar como "opuestos complementarios". Así se recuerda cómo la condición del "ser" y el "no ser" constituyen estados intercambiables, procediendo el uno del otro a través de una generación mutua y recíproca. Como recíproca es la comunicación que se produce entre lo "largo" y lo "corto", lo "ancho" y lo "estrecho", lo "alto" y lo "bajo", lo "grande" y lo "pequeño". Al fin y al cabo, todos estos opuestos forman parte de la realidad, y si parecen ocupar los extremos de la magnitud a la que se refieren no es porque se contrapongan, sino porque de esa forma puede explicarse, al menos cualitativamente, dicha realidad. El mismo componente de armonización complementaria y reciprocidad puede observarse entre el sonido y el silencio, o tal vez al revés, si se acepta que el segundo consiste en la ausencia del primero, y que ambos únicamente pueden concebirse y percibirse a través del contraste con el otro, e ineludiblemente a través de los sentidos. Algo similar ocurre con la aceptación de que los conceptos "delante" y "detrás" forman parte de la estructura circular de la realidad visible, o que el "antes" y el "después" se suceden el uno al otro desde el instante en que existe el tiempo. La mayor parte de las propiedades de la naturaleza se ajustan así a una ley simple y sencilla, en la que cabe todo y que explica todo. La simplicidad, sin embargo, no es la característica del mundo en que vivimos, o mejor, del mundo que hemos construido con el ejercicio de la actividad humana, haciendo casi imposible la clásica recomendación de Whitehead, en el sentido de que un objetivo esencial de la ciencia es buscar "las explicaciones más simples de los fenómenos más complejos", a pesar de intentarlo en el caso de la biología y de la física, como disciplinas relacionadas a cierta distancia y que tienen por objeto de estudio entidades observables o, al menos, deducibles, si bien con las limitaciones inherentes a la complejidad de los sistemas y a la falta de imparcialidad de los métodos de estudio. En los otros vértices del triángulo puede que se encuentren el arte y la ideología -siguiendo a Jorge Wagensberg en su ensayo Ideas sobre la complejidad del mundo-. En el primer caso, la aproximación artística, compartiendo los mismos objetivos que la ciencia, tiene la osadía de abordar la esencia misma del misterio e, incluso, de intentar transmitirlo, asumiendo que lo es y que, precisamente por ello, puede no ser finalmente inteligible, aunque sí comunicable. En el segundo, el objeto de estudio y sujeto de la acción es el ser humano, sobre el que interaccionan, por lo menos y por simplificar, la teología, la ética y la política, todas relacionadas con la búsqueda y ejercicio del poder, lo que las hace resistentes a la crítica, susceptibles al dogmatismo y sensibles a la falsedad.