1. Nosotros entrevistamos a quien nos salga de las meninges. Únicamente debemos convencer a nuestro periódico y al propio entrevistado. El resto de ustedes no tiene absolutamente nada que prescribir al respecto. Pueden leer o no la entrevista, les puede resultar interesante o provocar nauseas, les cabe ignorarla o aprendérsela de memoria. Entrevistar a Arnaldo Otegi no es normalizarlo. Lo que es anómalo, preocupantemente anómalo, es que pretenda imponer al periodista a quién entrevistar o no, que viene a ser exactamente lo mismo que decirle si debe escribir o no sobre la corrupción mordisqueante de un partido, la legibilidad de un libro de sonetos o los responsables de una obra pública calamitosa. La selección de un entrevistado no es inmoral, aunque lo pueda ser la entrevista misma. Como precisó Arcadi Espada hace tiempo: no hay nada de malo -y en cambio puede ser extremadamente interesante- en entrevistar a un asesino siempre y cuando le preguntes por sus crímenes. Esa es la pregunta central de la que no puedes ni debes dejarle escapar.

2. Otegi no puede ser blanqueado. No puede serlo -para empezar- por decisión propia. Administra su mezquindad y su miseria moral sin dar oportunidad al equívoco. Un día, no muy lejano, Otegi pedirá perdón públicamente por los asesinatos, secuestros y torturas etarras. Lo hará cuando ya no signifique un baldón para sus compañeros y excompañeros, sino una pequeña victoria táctica en un escenario de negociación política. Por ejemplo, cuando busque su investidura como lehendakari. Porque para individuos como Otegi la memoria de cientos de muertos siempre ha sido asunto para diminutos triunfos tácticos. Nunca fue un hombre de paz, sino un individuo que advirtió diez minutos antes que los otros matarifes que su organización -su mundo organizativo, digamos- no podía ganar. Nada, ni una mísera victoria, ni un resquicio para un resuello épico. Le llevó más de un cuarto de siglo y un buen montón de muertos llegar a semejante conclusión. Vamos a parar esto antes de ser aniquilados del todo, antes de que tengamos que pedir perdón. Me parece que eso es un cálculo empapado en sangre ajena, no una reflexión política ni (menos aun) moral. Llamar "hombre de paz" a un tiparraco que dejó de matar y de legitimar el asesinato político porque la policía y los jueces se lo ponían cada vez más difícil es compartir su discurso. Ese discurso debe ser desmontado para mostrar toda su hedionda entraña y una entrevista es (puede ser) un preciso bisturí para desarrollar esa cirugía moral abierta a la curiosidad cívica de todos.

3. Una entrevista no es una invitación a una copa, una seda, un estiramiento de piel y un instante de glamour. Hay gente que cree que las entrevistas se inventaron en el Hola. Alguien ha recordado estos días que el gran Manuel Chaves Nogales entrevistó a Goebbels. Siempre hemos entrevistado a gente repugnante: es parte del oficio y no convierte a nadie en el admirador de un delincuente. La gente repugnante abunda. Yo, en cambio, siempre recuerdo la gran entrevista que Eugeni Xammar y Josep Pla le hicieron a Hitler. Casi con seguridad se la inventaron. Otra de las razones para entrevistar a Otegi como es debido es que en el futuro no se inventen entrevistas canonizadoras, como se ha inventado Otegui la historia del País Vasco del último medio siglo.