El último diputado al que uno supondría al frente del Parlamento de Canarias es Gustavo Matos. Político peleón, pero cordial, capaz de ponerte de chupa dómine en una discusión y acto seguido pasarte la mano por el lomo e invitarte a un gintonic, Matos responde más al perfil de portavoz partidario, de diputado killer o de miembro del Gobierno, donde sus demostradas habilidades para el encaje, la trapisonda y el regate podría resultar mucho más útiles que ejerciendo de árbitro de los debates, filibusterismos y broncas ajenas. Probablemente nadie pensaba en Matos como presidente del Parlamento hasta ayer por la mañana, cuando recibió una llamada de los suyos para acudir al Parlamento a las nueve en punto.

Antes de llegar, sabía lo que le iban a ofrecer: suceder a Carolina Darias. Lo sorprendente de la oferta es que se produjo de urgencia y en el último minuto -como casi todo lo que está pasando en los últimos días- respondiendo a la imposibilidad de hacer prosperar la candidatura de Teresa Cruz Oval, primera opción del PSOE, dado que el resto de las fuerzas políticas parlamentarias se habían enrocado en su decisión de presentar mujeres: Esther González, por Nueva Canarias, Rosa Dávila, por Coalición y Luz Reverón por el PP. Ocurre que el artículo 37 del Reglamento de la Cámara establece que se elegirá a los cinco miembros de la Mesa asegurando el principio de equilibrio entre mujeres y hombres. La mesa tiene cinco miembros, y no puede por tanto haber más de tres personas del mismo sexo en ella. Paradojas de la política: una norma para favorecer el acceso de las mujeres en igualdad de condiciones al órgano de dirección del Parlamento, se convirtió ayer en impedimento para que la socialista Teresa Cruz pudiera ocupar la Presidencia. Gustavo Matos, sanchista declarado, pero no del grupo de Ángel Víctor Torres, se convirtió en la mejor opción para resolver el ridículo conflicto de género planteado por una norma mal redactada. Si el objetivo de la norma es facilitar el acceso de las mujeres a los puestos de dirección, habría bastado con poner en el Reglamento que "no podrá haber más de tres hombres en la Mesa de la Cámara", pero la política suele recurrir a un lenguaje evasivo que evita la claridad. Habría estado muy bien que ayer cuatro mujeres (o cinco) compartieran la mesa, como cuatro o cinco hombres la ocuparon en pasadas etapas del Parlamento regional. Habría supuesto una victoria de la igualdad. Pero hoy la igualdad se reglamenta -y a veces se coarta- en aras de lo políticamente correcto.

Para liarla más, el bloqueo se mantuvo en la primera votación, en la que las dos vicepresidentas y las dos secretarias propuestas eran también mujeres. Se votó, sin necesidad ninguna, y hubo que repetir las votaciones, hasta que el PSOE decidió sacrificar también a la diputada Nayra Alemán para salvar de la pertinaz estupidez reglamentaria la constitución de la mesa. A Nayra la sustituyó el palmero Jorge González, secretario de Organización y hombre de confianza de Ángel Víctor Torres. Es inexplicable que se sometiera a la Cámara a una votación -la primera- que se sabía no iba a servir para nada. Pero el más viejo de los diputados, el ex profesor García, nombrado presidente de la Mesa de Edad, prefirió no proponer una solución al entuerto hasta que se produjo. Mejor renunciar al sentido común que arriesgarse. Quizá el nuevo presidente sea algo más osado y nos ahorre cargar en el futuro con tonterías y pérdidas de tiempo.