Descansa en el cementerio granadino de San José, junto a su madre, Pepita Serrador, que incluyó a Santa Cruz de La Palma y al Circo de Marte en las giras por la España negra, con un reparto pactado con la censura, que borró a Lorca y Casona del repertorio. En el camerino mayor del teatro de nombre sonoro quedaron las firmas de ambos, junto a las de otros muchos mitos de la escena y la canción -desde Pepe Isbert a Machín, desde Maruchi Fresno a la Espert y el Duo Dinámico- eliminados todos en la larga, costosa y desafortunada restauración del edificio.

Narciso Ibáñez Serrador (1935-2019) me recordó en Prado del Rey su última estancia palmera en los primeros sesenta; las excursiones por la Isla y los amigos de la tertulia La Sabatina -"algunos más franquistas que el dictador"- pero todos con formas y gustos modernos. En aquel primer encuentro me contó off de record sus orígenes y rumbos; la saga familiar por vía materna con tres tíos actores, y la paterna, con el vasco Narciso Ibáñez Menta, actor de voz cavernosa y especialista en cine de terror al que utilizó por primera vez en sus Historias para no dormir, emitidas entre 1966 y 1982.

Con el seudónimo de Luis Peñafiel, Chicho sorprendió al gremio y la crítica españoles con la comedia Aprobado en inocencia -censuraron el título original que hablaba de castidad- estrenada en el teatro Lara en el otoño de 1963 y dónde compartió reparto en el último trabajo de su madre. Seguro de sus creaciones se ganó la confianza de una docena de directores generales, desde Jesús Aparicio a Luis Solana, de la TVE -"única y trina" como decía- en la que triunfó con auténticos hitos -Historias de la frivolidad, 1967; Mis terrores favoritos, 1981-1995; y, sobre todo, con Un, dos, tres, el celebérrimo concurso que se extendió entre el tardofranquismo de 1972 y la democracia que, en 2004, empezaba a mostrar señas de cansancio-.

En la última edición de los Goya -que imitan sin recato a los Oscar pero sólo cuentan con sus defectos- se le concedió un premio a su trayectoria y, en la hora de su muerte, tras varios achaques que le encerraron en su casa llena de recuerdos y trofeos, se reconocieron finalmente, sin ambajes, su bonhomía, su cordialidad, su talento y recursos para dar ocio ingenioso a varias generaciones de españoles y obras de culto notables a nuestra cinematografía.